KINA JARAÍCES  |  Madrid, 11/04/2018

Una obra que lleva mi nombre, el que aparece en el DNI, me ha confirmado algo de lo que ya estaba segura. Que me siga otorgando el derecho a llorar. A no querer hablar con nadie. A tener días grises. A no hacer nada.

'ENCARNACIÓN' es uno de los montajes teatrales más arriesgados de la temporada. Hablar de la búsqueda de la felicidad en un mundo invadido por libros de autoayuda, por frases filosóficas y por terapias tradicionales y alternativas puede resultar fácilmente superficial, pero Fernanda Orazi ha sabido darle una vuelta de tuerca y ha creado una fantasía escénica llena de inteligencia, sentido del humor, angustia y mucha crítica.

La ansiada persecución de la luz, de ese foco que nos ilumine, se nos presenta a través de cuatro actores en estado de gracia -Lucio A. Baglivo, Javier Ballesteros, Leticia Etala y Guadalupe Álvarez Luchía, a quien siempre es un placer escucharla entonar su preciosa voz- y un austero escenario sin más atrezo que dos banquetas, una bolsa de tela y unas cuantas manzanas.

Y no hace falta más para entender a base de risas y de desasosiego, que, o echamos raíces o seremos esos cuatro seres alienados que tratan de encontrar un sentido a su vida (o no), atendiendo (y obligados) por las voces de una sociedad carente de empatía. De un mundo que lee manuales (y a veces solo frases) pero que desconoce el funcionamiento de la vida, del alma.

'Encarnación' es un homenaje parodia a todas las ideas bellas y espirituales no comprendidas que se reducen a ideologías huecas que nos adoctrinan en el camino hacia la oscuridad.

Sí, una obra que lleva mi nombre me confirma que me otorgue el derecho a reír con la boca abierta. A emocionarme en un concierto. A salir de cañas. A nadar desnuda. A sentir el dolor y el placer. A la vida.