KINA JARAÍCES Y VALLE  |  Madrid, 20/12/2017

La luz de Guada no cabe en una sala. Tampoco en una plaza. Ni siquiera cabe en un estadio. La luz de Guada te inunda como la del sol. Dorada. Cálida. Sanadora. Infinita.

Guadalupe Álvarez es la cantante de LA LOBA. Ella y su otra mitad, Javier Calequi, dan vida a un grupo musical que no está hecho de carne y hueso. No. Lo suyo es otra cosa. Ellos son un conjunto de montañas andinas, de vientos patagónicos, de blancos glaciares, de pampeanas atmósferas. De hermosos paisajes.

Este dúo argentino nos ofreció el pasado domingo un maravilloso concierto en la sala El Intruso de Madrid, donde recorrieron algunos de los temas de su último trabajo, 'El disco hermoso'. Un disco que, aunque podríamos calificar de folk pop, en realidad nos quedaríamos cortos intentando definir su estilo ya que, bajo una atmósfera sinfónica y un gran cuidado armónico, nos ofrecen todo un mundo expresionista que se nutre de, excepto el tango, toda la riqueza de la música tradicional argentina desde la siempre perspectiva melódica y de pop. Todo ello, además, sin estridencias y con una magistral base rítmica.

Su propuesta musical está llena de calidez y sutileza en la que pudimos intuir ritmos y sonidos propios del folclore argentino como chacareras, zambas, bagualas o vidalas y que La Loba supo hacer que las sintamos como nuestras, como propias. Supieron ser universales, eclécticos. Unieron continentes.

Comenzó el concierto con unos sueltos acordes de guitarra respondidos por otros precisos golpes apagados de bombo con los que despegó una frágil y bucólica melodía cantada a dúo que correspondía a la canción 'Sonrisa del desierto'. Tras ella, cantaron una deliciosa zamba llamada 'La milagrosa' donde, con dulzura gestual y vocal, Guadalupe nos preguntaba: "dime si nuestro amor es un sueño, si esos ojos tan pequeños se están fijando en mí". Ya embelesados, todos le dijimos que sí... Después vino un canto a la tierra con preciosa descripción de lugares llamado 'Viento patagónico'. En el siguiente tema, 'Voy y voy', Javier cambió su guitarra por otra acústica más rítmica y los músicos de percusión (los geniales Andrés Litwin, batería, y Lucas Piedracueva, percusión) marcaron un ritmo con sonido de madera que producían tocando en los bordes de la caja y del goliat. Disfrutando todos de un sonido directo perfecto, cantaron un pop andino con rasgos de Baguala llamado 'Aquí es' y después, otro precioso juego de voces de Javier y Guadalupe en la deliciosa melodía ascendente llamada 'Princesa'. Entonces, con su calidez vocal y apoyada por la maravillosa melodía de sus músicos de cuerda (Elisa Tejedor en el chelo, Clara García Lorenzo en la viola y Laura da Riva en el violín), Guadalupe hizo que tuviéramos unas ganas tremendas de bailar un vals. Y lo hicimos con su 'Vals rioplatense'. Y continuamos bailando una ligera balada que Javier empezó silbando llamada 'Bailemos'. Durante todo el concierto, nos deleitamos con uno de los más grandes bajistas de España, José Vera. Él siempre elige a los mejores: Luis Eduardo Aute, Ella Baila Sola, Antonio Vega o Quique González. Así que, no es casualidad que ahora toque para La Loba. No tengo adjetivos para describir lo bonito que fue el final del concierto cuando nuestro dúo bajó del escenario para cantar con todos la melancólica y, sin embargo, feliz 'Llueve con sol'. Pero el afortunado público no les iba a dejar irse sin que nos cantaran otra canción y entonces Javier nos presentó a su abuela Antonia que tiene ya 102 años. Javier miró su reloj de pulsera, restó las horas que nos separan con Argentina y dijo: "ahora mismo debe estar en su cocina bebiendo mate". Además, esta fuerte y longeva mujer aún da unos besos que, como dice la letra, 'Son amor en la piel'. Personalmente creemos que fue una gran decisión terminar con Antonia.

'El disco hermoso' no es hermoso, es hermosísimo. Queridos Guada y Javi, es imposible ir a un concierto vuestro y no regresar a casa modificados. Un poco más llenos. Una pizca más felices. Unos segundos más luminosos. Unos pasos más ligeros...

Guada, con un vestido largo, collar de borlas, botines negros y trenzas a cada lado, nos dio un fascinante recital con una voz plagada de bellísimos agudos. Sentía tan adentro su música que su alma despegaba y, ante el vértigo de su divino vuelo, sus manos se aferraban a su vestido blanco mientras, sinuosa y cadenciosamente, se mecía. Y entonces... El universo giraba.

No sabemos si existen, queremos creer que sí. Pero, si los ángeles existen, han de ser mujeres. Y quizás también tengan una preciosa cicatriz en la mitad de su tibia derecha.