VALLE  |  Madrid, 21/06/2019

Resulta que hace falta nacer, tener capacidad de elección y, sobre todo, ser consciente de nuestra muerte para transmitir impulsos vitales, trascender, quebrantar o emocionar. Os suelto esto porque... ¡Vaya! pues no que me llega un amigo y me pone en un whatsapp: "a ti que te gusta la música, mira". Y a continuación, me manda un vídeo de un congreso de robótica japonés en el que un robot está tocando el violín. Es imposible, ya no se puede ser más ridículo que uno que invierte tiempo y dinero en programar a un androide para que haga unos movimientos secuenciados con los que consigue reproducir una pieza musical usando un instrumento. No, no soy un neoludita. No estoy en contra de los avances tecnológicos, al contrario. Todo lo que pueda facilitar, acomodar, salvaguardar o, incluso, entretener la vida de las personas gracias a la ciencia o a la tecnología, bienvenido sea. Máquinas que desactiven bombas, tuneladoras que abran caminos y nos acerquen, microscopios y aparatos que detecten pronto cualquier enfermedad... Pero un robot que hace sonar un violín, por muy bien que suene, no es un avance. Es un patético y casi insultante retroceso. La música, como cualquier arte, tiene corazón y alma, es emoción y lágrima, por ella circula la sangre, corre el sudor y, a pesar de que ahora los amantes se ponen guantes por si les da calambre eso de sentir, la música sigue y seguirá siendo esencia del ser humano. Estoy tan seguro de todo esto porque, el sábado pasado en la sala Siroco de Madrid, HABITAR LA MAR dio un concierto que, por mucho que avancemos y aunque pasen milenios, nunca podrá ser reproducido o copiado por los más perfectos y desarrollados robots humanoides. Los que estuvieron allí, saben de lo que estoy hablando. Pero antes, además, tuvieron la suerte de que una banda tan potente como SUDESTADA calentara al máximo el ambiente.

Con un épico riff y una batería de "vamos a la guerra" que en un par de compases se convirtió en un acelerado blast beat, comenzó Sudestada a hacer de las suyas. Así, explotaban y volaban las 'Bengalas', canción que abrió su indómita actuación y que, aparte del 'Ostro' (viento del sur), también abre su recomendable disco 'Yo soy el mar'. Mario C. Vaises, vocalista de la banda, parecía disfrutar dirigiendo con batuta invisible una endemoniada orquesta mientras cantaba en una especie de agudo y genuino "death growl" más de garganta que de cuerdas vocales o más rasgado que vibrado. Junto a él, el argentino Fernando Lamattina se bastaba para deleitarnos, entre punteos o riffs, y enloquecía, al final del concierto, bajando de las tablas y tocando junto a su público. Además, Jorge Urosa con el bajo y Peter López en la batería se mostraron constantemente contundentes y espectaculares haciendo singulares cambios de ritmo y fabricando, desde la base, ese "crust punk" en su vertiente más norteamericana que recordaba a las bandas Nausea, Disrupt o también al "Post-Hardcore" de Converge. Así, tras la mencionada 'Bengalas', gozamos de otras canciones de su álbum como 'Soflamas', 'Zozobra', mi favorita 'Renacido', 'Pompeya', 'Barlovento' o 'Credo' y nos sorprendían con dos temas nuevos de alto voltaje que confirmaban su buen momento y un prometedor futuro para Sudestada.

Y llegó el Big Bang. Con una gran explosión empezó el universo de Habitar La Mar. Un principio feroz con una de las sátiras que hacen a la religión en su EP 'Realismo histérico', su tema 'Carbunclo' que fue solo el aviso del potencial que mantendrían durante todo el concierto en el que no hubo un segundo sin intensidad y ningún acorde, nota, palabra, gesto o golpe sin pasión. Pocas bandas son capaces de ofrecer un directo tan generoso y, aunque el público no paró de saltar, bailar, cantar y hacer el pogo en reiteradas ocasiones, Habitar La Mar iba siempre un paso por delante en vigor, actitud y presencia. Tanto fue así que me hubiera gustado ver su actuación repetida cinco veces, una por cada componente del grupo para no perder detalle del porte y la chulería retadora de Víctor Díaz con el bajo, del semblante oscuro y elegante de Frego o el del apocalíptico y travieso diablo de Kike Gutiérrez que, ambos, con sus guitarras distorsionadas y psicodélicas supieron reproducir con exactitud cómo suena el agónico llanto de Dios o el último pensamiento que vuela justo antes de un crimen. Un concierto más solo para escuchar la desestabilizadora e inquietante voz de Juan Soler "Kantz" que con su descaro, entrega y personalidad nos conquistó y, otro, para deleitarnos con el ingenio, brillantez y contundencia del magistral Paco Reig a la batería.

Habitar La Mar, con influencias en el "hardcore" y en el "noise", han creado un estilo genuino y personal que seduce. El sábado pasado nos interpretaron todas las canciones de sus dos EPs y todas con punzantes textos en extraordinarias, acelerantes y contagiosas melodías. En su tema 'Serio', al igual que en el disco, contaron con la colorida y enigmática colaboración de Sagan UMMO y, después, nos volvieron a enloquecer, ya para despedirse, regalándonos una canción nueva, otro Big Bang, un bombazo llamado 'La Tara'.

Sin artificios, máquinas, computadoras ni programaciones, Habitar La Mar, en un concierto inolvidable, nos divirtió, nos encandiló, nos estimuló y nos elevó al cielo gracias a su profesionalidad como músicos, a su talento creativo, a su generosa entrega y, por supuesto, a su frágil y perecedera naturaleza humana porque... resulta que hace falta nacer, tener capacidad de elección y, sobre todo, ser consciente de nuestra muerte para transmitir impulsos vitales, trascender, quebrantar o emocionar.