KINA JARAÍCES  |  Madrid, 14/05/2018

Fue Anaïs Nin una de esas personas nacidas con una complicada y única condición: la de ser distinta. Y su diferencia solo tenía un límite: el dolor ajeno. Ella misma declaró que se negó a vivir como un ser ordinario que se adapta al mundo. Y prefirió adaptarse a sí misma.

"Octubre de 1931. Me puse la chaqueta y salí a la calle sin saber que ese día cambiaría mi vida. - Hola, soy Henry. - Hola, soy Anaïs".

En un escenario cubierto por las cartas que Henry Miller y Anaïs Nin se intercambiaron durante 20 años, Ángela Palacios y Carlos Martín-Peñasco nos adentran maravillosamente en la intimidad sexual e intelectual de ambos escritores sin más escenografía que una doble cama y una vieja Olivetti.

La lectura de sus textos -las novelas de él, el diario de ella y las epístolas de ambos-, la música de Aznavour, Piaff o Brel, el ritmo de las teclas de la máquina de escribir y el humo de multitud de cigarrillos nos transportan hasta el París de entreguerras en una mezcla irresistible de dudas, sueños, sensualidad, pasión y demonios interiores.

Ambas interpretaciones se nos presentan como un recipiente rebosante de energía, pero es la de Palacios especialmente cautivadora. Su voz, sus movimientos, sus pausas y sus miradas nos hacen entender que la fuerza y el erotismo son las medias partes de una misma forma.

Pero 'SOLO CREO EN EL FUEGO' no es solo la historia de Miller y Nin, también es la autobiografía reflexiva de sus creadores y protagonistas que nos sorprenden con un acertado cambio de tono y escena, rompiendo con la intensa atmósfera parisina y regresando al hoy para hablar y reírse del arte, de la autocensura, de los miedos, de las relaciones, del amor. De ellos mismos.

Aquel octubre de 1931 Anaïs tenía 28 años y Henry 40. A pesar de que ella ya estaba casada con el banquero Hugh Guiler, no tardaron mucho en sumergirse en una relación tan llena de ternura como de hambre que Anaïs no dudó en intercalar con su propio padre, Joaquín Nin, y con June, la mujer de Miller. Escribieron juntos relatos eróticos por los que apenas cobraban un dólar, lo que la convirtió en la primera mujer que firmó literatura subida de tono con su propio nombre.

Aunque Miller siempre apoyó a Anaïs para que publicara sus diarios íntimos, la escritora no se decidió a divulgarlos hasta el fallecimiento de muchas de las personas implicadas, entre 1966 y 1983. Se trata de unas 35.000 páginas escritas ininterrumpidamente desde 1914 -cuando fue abandonada por su padre- hasta su muerte en 1977, llenas de intensidad y absolutamente a contracorriente en las que cuenta explícitamente su incesto, sus dos matrimonios (acontecidos al mismo tiempo) y sus numerosos amantes.

A pesar de su escandalosa vida, Hugh, su marido, permaneció junto a ella hasta el final de sus días, cuando un cáncer de ovarios acabó con la existencia de una mujer que solo vivió bajo sus propias normas.

"Sólo creo en el fuego. Vida Fuego. Estando yo misma en llamas enciendo a otros. Jamás muerte. Fuego y vida". Anaïs Nin.