DAVID R. SANTORO  |  Jaén, 02/01/2007

No sabemos del todo si un álbum de pop debe seguir unas reglas, si se ha de hacer de determinada manera. O de qué modo, precisamente, hay que romper esas reglas. Admiramos muchos, todos tenemos nuestros favoritos. Cada cierto tiempo la crítica especializada de éste o aquél medio nos ofrece una lista, quizá hasta pretenciosa en su afán docente, donde nos recuerdan los mejores títulos de la historia. Aun con grandes diferencias, una veintena o una treintena de ellos no fallan nunca, hay una cierta coherencia. La experimentación o la psicodelia (Pink Floyd) se codean con el pop melódico (Beatles, Beach Boys) o la música de raíces (Nusrat Fateh Ali Khan, Camarón). El hip-hop de la vieja escuela (Public Enemy) coexiste al lado de la contemporánea (Steve Reich). Las flores raras (Dylan, Nick Drake o Lou Reed) conviven con el after-punk más inhóspito (P.I.L. ). Probablemente no haya injusticia en ello, pero no recuerdo haberme encontrado nunca con 'Forever Young', de los alemanes ALPHAVILLE.

Aparte de la memoria sentimental de cada cual -el hecho ineludible de asociar una música que hemos escuchado y disfrutado en el pasado a una situación personal-, existen otros criterios más objetivos. Cuando hace bastantes meses regresé a 'Forever Young', tenía un temor previo: hacer esta concesión a la nostalgia podría hacer notar el paso de los años, y el bagaje vital y musical posterior podría devolverme un disco con olor a naftalina. Ante un producto de tecno-pop comercial típico de la época corría el riesgo de sentir un cierto sonrojo, en mi intimidad, que quizás diera como resultado la condena a un ostracismo ya definitivo. Error. 'A victory of love', primer corte, suena algo misteriosa. La composición y los arreglos a base de sintetizadores es perfecta. 'Summer in Berlin' continúa en la misma línea, un recuerdo para la Alemania que les vio nacer (cuando todavía estaba dividida), sentimiento que recuperan, después de su hit y tercer corte del álbum 'Big in Japan', en 'To Germany with love'. 'Fallen angel', uno de sus mejores temas, suena a épica hedonista en su estribillo. Historias de felicidad inmediata, sexo sugerido y algo oscuro. En contraste con el resto del disco, el tema que titula el disco, a día de hoy, no ha perdido un ápice de sentido. Y digo contraste por que es la excepción que confirma la regla de un álbum lúdico, positivo. 'Forever Young', la canción, es un medio tiempo reflexivo, casi melancólico, con una letra igual de acertada, pero más seria, y curiosamente tan significativa hoy que como en el momento en que se compuso, en un ya lejano 1984: "Bailemos a la moda, bailemos durante un momento, / el Paraíso puede esperar, solamente miramos hacia el cielo / deseando lo mejor, pero esperando lo peor, / ¿vais a arrojar la bomba o no? / Muramos jóvenes y vivamos para siempre ,/ no tenemos el poder, pero nunca decimos "nunca", / sentados en un cuadro de arena la vida es un corto viaje, / la música es para los hombres tristes / ¿cuándo se gana esta carrera? / Volvemos nuestros rostros dorados hacia el sol, / rogamos a nuestros líderes mientras estamos en armonía, / la música es tocada por los locos. / Joven para siempre, quiero ser joven para siempre. / ¿De verdad quieres vivir eternamente, / por siempre jamás?" . 'Sounds like a melody' fue otro éxito del disco. Festivo como el corte que lo cierra, 'The Jet Set': gente guapa, la vida social, la élite, el lujo. El carpe diem, el éxtasis al alcance de la mano, en el contexto cercano de una salida nocturna, donde las luces, la música y el humo en una discoteca embriagan el espíritu. Creo que pocos lo retrataron tan bien. Y quiero decir bien en todos los sentidos.

'Forever Young' nos devuelve a los ochenta más felices, de alguna manera a los ochenta más característicos; más típicos, si se quiere. Como cada época, tiene algo -o bastante- de irrecuperable. La ingenuidad a pesar del exceso, la falta de pose en favor del "vive ahora" ya no se vivirán más de la misma manera por que de igual modo, por ejemplo, no podríamos recuperar el nihilismo del grunge o el afán por una infinita fiesta lisérgica como en el segundo verano del amor, porque los tiempos cambian, porque nunca jamás se puede recuperar el status quo que define un momento. De hecho, hacerlo no tendría ningún sentido. Todo esto, como mucho, llegará a convertirse en una pequeña parte de nosotros mismos, y así ya está bien.