KINA JARAÍCES  |  Madrid, 17/02/2018

Ya no queda nadie que haya conocido a Lorca. "Me voy a Granada y que sea lo que Dios quiera", le dijo Federico a Rafael Martínez Nadal unos días antes de salir hacia Granada. Pero, antes de marcharse, el poeta dejó a su amigo algunas de sus pertenencias. Aquel fatídico 18 agosto de 1936 se cometió uno de los crímenes más terribles contra la humanidad, pero entre aquellos enseres, el escritor había dejado un manuscrito. Una obra de teatro inédita: 'EL PÚBLICO'. Una pieza íntima, de texto casi abstracto, que nos encoje el alma porque en ella oímos la voz desgarrada de Lorca. La última.

Los asesinos pensaron que acababan con un genio incómodo pero el universo de Lorca no es grande. Es infinito. Inagotable. Y casi un siglo después de su desaparición física, artistas del otro lado del mundo bucean en su maravilloso caos onírico lleno de luces y sombras.

En estos días, la compañía teatral japonesa Ksec Act, que lleva desde 1986 promocionando el teatro español, nos traen a Madrid su personal visión de 'El Público'. Un espectáculo en el que convive lo grotesco con lo simbólico y la vanguardia con la tradición. Con una preciosa y compleja puesta en escena y una cuidada iluminación, Kei Jinguji, su director, nos invita a reflexionar sobre aquello que tanto preocupaba al granadino: el amor.

- ¿Si yo me convirtiera en nube?

- Yo me convertiría en ojo.

- ¿Si yo me convirtiera en caca?

- Yo me convertiría en mosca.

- ¿Si yo me convirtiera en manzana?

- Yo me convertiría en beso.

- ¿Si yo me convirtiera en pecho?

- Yo me convertiría en sábana blanca.

- ¿Y si yo me convirtiera en pez luna?

- Yo me convertiría en cuchillo.

'El Público', que no se pudo estrenar hasta 56 años después de su creación, es un grito a favor de la libertad sexual. Es un martillo que golpea los deseos homosexuales reprimidos, los valores establecidos por una sociedad tradicional. "¡Hay que destruir el teatro o vivir en el teatro!", exclama Federico. Hay que romper la opresión, las costumbres, el pasado. Hay que quitarse la máscara y descubrir nuestra verdadera identidad.

- Tendré que darme un tiro para inaugurar el verdadero teatro, el teatro bajo la arena. (...) Pero no puedo. Se hundiría todo. Sería dejar ciegos a mis hijos y luego, ¿qué hago con el público? ¿Qué hago con el público si quito las barandas al puente? Vendría la máscara a devorarme. En América hubo una vez un muchacho a quien la máscara ahorcó colgado de sus propios intestinos.

Ya no queda nadie que haya visto a Lorca. O tal vez sí.