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Había cierta curiosidad por si asomaban algunas de las nuevas coplas del antiguo "Cero", pero no.
El segundo ciclo de actuaciones del festival de Sierra Nevada, ya con entidad de tal y no algunos recitales sueltos, se puede calificar de éxito con una cifra superior a mil espectadores para un cartel con la crema de varias generaciones del rock granadino: José Ignacio Lapido y Guadalupe Plata, con Los Térmicos para ir subiendo la temperatura. Y falta que hizo, hacía ya que nada más caer el sol "la caló" allí arriba desapreció por donde vino y el termómetro se desplomó hasta convertir en el sitio más frecuentado de la noche a ese pebetero olímpico que con llamas eternas repartió calor físico, ya que del artístico y humano íbamos sobrados; entre otras cosas porque cualquier concierto de Lapido es también una cita social en la que, más allá de los preceptivos encuentros luctuosos (tan habituales a partir de cierta edad) nos (re)encontramos rostros retirados voluntariamente de la circulación intensiva, y, cabe señalar que también a sus descendientes convenientemente "lapidados" ya con anterioridad.
Los Térmicos, grupo en el que encontramos caras conocidas procedentes de otras marcas (Billy The Kid por ejemplo), consiguieron con ganas y entusiasmo que la hipotermia ambiental no les cambiara el nombre. Animados y variadísimos (pop, surf, soul, blues, rockandroll...) son ideales para ejercer de "grupo invitado" llevándose además al respetable de los abrevaderos del lugar a la primera fila, que no es poco mérito.
Lapido anunciaba en esta páginas días atrás su intención de regalar (con PVP) al mundo otra colección de canciones, sin embargo el accidente (¡cuidado, menos romanticismo, las Vespas matan!) de su guitarrista ha trastocado los planes de todos, ni lo han podido grabar ni tampoco actuar, siendo ésta la única noche que han podido firmar, y con un Víctor Sánchez sentado entre las tuercas de titanio que aseguran sus piernas (él mismo ha tenido que retrasar su disco de debut hasta principios de año). Obvia decir que, como toca con las manos, el concierto no se resintió, es más, tuvo cierta simetría estética al estar al otro lado del escenario el gran Raúl Bernal, igualmente sentado tras sus electrodomésticos.
Había cierta curiosidad por si asomaban algunas de las nuevas coplas del antiguo "Cero", pero no. También debe ser complicado escoger una veintena de piezas de un cuaderno de letras ya tan gordo como la guía telefónica de Madrid, cuyas combinaciones deseables son tantas como personas asisten a sus conciertos. Así, tras un comienzo con 'Escrito en la ley', 'No digas que no te avisé' y 'Me voy', su concierto se fue también ajustando al perfil individual de las canciones que más le gustan: riff poderoso, zona intermedia de maniobra lírica más reposada, para despedirse de nuevo con energía. Y en esa parte intermedia pueden figurar 'Luz de ciudades en llamas', 'Lo creas o no', 'En medio de ningún lado' o 'Sueños que dejamos ir', entre otras, perfectos ejemplos de canción de autor enchufada pero sin entrar a matar, y receptivo lienzo para el trabajo vocal (¡a cinco voces incluso!) y la artesanía de guitarras, ahora ampliada con ese sonido 'Easy Rider' de la Danelectro de 12 alambres. Pero la parte contemplativa duró poco, y ya la curva de subida llegó desde el 'Angulo muerto', con 'Cuando el ángel...', 'La antesala de dolor'... que fueron cogiendo tensión, volumen, poderío y aspereza, como la de los nuevos arreglos de la versión de 'Zapatos de piel de caimán', donde se escucha con veinte años de adelanto que "lo tendréis todo a vuestro alcance, pero nada os pertenecerá", relato de anticipación futurista (muy real a día de hoy) que despertó algunos nostálgicos coros ("ceeeero, ceeeero...") también de aquellos tiempos, "del siglo pasado" como él mismo dijo. Volvería sobre el tema con 'Esta noche' para dar el relevo a Guadalupe Plata con la psicodélica y rotunda 'Espejismo número 8' en plan "jam version" sin que hubiese solución de continuidad.
Los del gatito aceptaron el envite y se aplicaron a su blues rudimentario y en descomposición con interés y dedicación, haciendo retorcerse de dolor (¿o era placer?) a las válvulas de sus amplificadores. Si de zapatos sabía uno, estos se manejan bien entre la piel de caimán, pero en vivo y de la charca, ya que cada una de sus piezas (ahora unidas en una chirriante suite tipo Woodstook embarrado) podía ser la sintonía de apertura de 'True Blood' o cualquier serie ("B", a poder ser) ambientada en la Louisiana profunda y húmeda. Hay novedades: suenan más musculados ahora, más rock si se quiere, promocionan el buenísimo hacer de Paco Luis Martos más allá del barreño en la segunda guitarra (sin bajo: puro crujido mefistotélico), usan una slide de bolsillo tamaño charango, y admiten el soplido ferroviario de All Freedom. Cielo e infierno uno al lado del otro, como la vida misma.
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Prometemos no ponernos pesados... ;)
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