RAMÓN PRIEGO CHACÓN  |  Madrid, 23/05/2012

Corría la noche del viernes 11 de mayo en Malasaña y el vetusto Teatro Lara se intuía como un escenario idóneo para que JOSÉ IGNACIO LAPIDO y su banda nos mostrasen la cara oculta de sus canciones. Y así sucedió, sobre las 23h el granadino se subió a las tablas y entonó 'No sé por dónde empezar', primer guiño al escepticismo vital, uno de los ejes de toda su obra. La disposición de la banda en el escenario (sin bajo y con un Popi González mitad baterista mitad percusionista, José Ignacio a la guitarra acústica y Raúl Bernal a los teclados) era un canto al intimismo y la desnudez, que iban a ser aplicados de manera férrea a cada tema, haciendo brillar los textos más aún, si cabe, que de costumbre. Y esto se hizo especialmente patente cuando Raúl Bernal hizo girar 'El Carrusel abandonado', abriéndola con un arreglo de piano que dio paso a los primeros momentos estremecedores de la noche. Estremecedores porque escuchar una letra así, envuelta en un sonido que recuerda a los Wilco más clásicos, y con una utilización de los silencios exquisita, está al alcance de muy pocos.

Con 'Hasta Desaparecer' quedó claro que hay temas que soportan mejor que otros distintos arreglos o texturas, este tema en concreto se comporta mejor envuelto en el colchón de guitarras eléctricas de su estribillo, que ante este otro tratamiento acústico. Aunque ya se sabe, si el filete es bueno, se puede cocinar de múltiples formas. 'El más Allá' sonó bastante fiel a la grabación y justo después Víctor Sánchez y Popi González, echaron a volar 'Pájaros' incandescentes con unos coros marca de la casa. De la mano también de Víctor y su guitarra de doce cuerdas, Lapido "cocinaba su verdad a fuego lento" haciendo volver "las palabras del exilio", para tratarlas como solo él sabe y nos llevó, "dando pasos de claqué", hasta una blusera 'Nadie sabe que puede pasar'. Tema donde Raúl Bernal hizo de las suyas a los teclados para mayor gloria de los allí presentes. Esto se repitió cuando saltó a escena Paco Solana (bajista habitual de la banda) armónica en mano. ¿Qué iba a ocurrir?, pues que estos señores se iban a marcar una canción de otro siglo (en palabras del propio Lapido), "El Espantapájaros". Por cierto, de las mejores del otro siglo.

Tras 'La antesala del dolor' y 'Cuando el Ángel decida volver' se llegó al primer bis, donde el sonido de sitar en la guitarra eléctrica y los bongos de Popi González orientalizaron la intro de 'Nubes con forma de pistola'. Precioso el arreglo.

Un pie de micro suelto en el escenario delataba una posible colaboración. Y así fue, el Maestro presentó al más aventajado de sus discípulos, Quique González se subió al escenario para cantar 'En medio de ningún lado', pero sobre todo le oímos cantar con mayúsculas 'Algo me aleja de ti'. Impresionante la capacidad de transmisión del madrileño.

'La lluvia del atardecer' fue interpretada por Lapido a solas con su teclista, y esto la engrandeció. Su propuesta minimalista hizo centrar la atención en la voz de un José Ignacio al que pudimos ver disfrutar cantándola.

'Olvidé decirte que te quiero' (texto brillante e inusualmente explícito de Lapido), cedió paso a 'La torre de la vela', que los seguidores de los extintos 091 celebraron con una entrega absoluta. Así salimos del Teatro Lara, entregados al talento de un tipo que nunca será suficientemente reivindicado en el rock español. Admirado por los grandes como él, no le hace falta que ni la industria ni las efímeras modas musicales, se asomen y aprendan del que es uno de los mayores muestrarios de buenas canciones creados en castellano. Ellos se lo pierden y para nosotros queda.

¡Salud! por Lapido y sus chicos.