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Trencaclosques pertenecen a la escuela de los juglares "que van de lugar a otro cantando y contando, poesía, buen hacer y un poco de sensatez".
A primera hora del lunes decía adiós el Orcefolk 2011, una muestra sorprendente siempre e inédita por tan ancianas latitudes, donde con seguridad y permiso de su primo burgalés sonaron las primeras melodías de la península, que aquello sí que fue música tradicional. Los arqueólogos de la música actualmente rastrean, encuentran, cepillan, limpian... y luego reconstruyen el hueso primitivo del cancionero, cada uno a su manera, cada uno como quiere, que tanto TRADERE como TRENCACLOSQUES (en la foto) pertenecen a escuelas y corrientes muy distintas.
Los vallisoletanos, los primeros, pueden tocar en un festival de folk como el de Orce o también en uno de jazz, porque el tratamiento al que someten a sus piezas resuena eminentemente jazzístico ¡y el encuentro entre soprano y dulzaina es todo un hallazgo tímbrico por lo bien que engranan en el oído! Pueden hacer el 'Canto a la cigüeña' del histórico dulzainero Marazuela, y momentos antes el 'Afroblue' del percusionista cubano Mongo Santamaría, sin que se note la diferencia, y ya forzando la fusión, hacer un pasodoble acalambrado por el ska, cantar la 'Tarara' lorquina y, sin hacer mucho ejercicio de imaginación, recordar por momentos a Carlos Cano en la gravedad de su voz. Cuando se habla de mestizaje, hay que irse olvidando del "manonegrismo" de curso legal.
Trencaclosques pertenecen a otra escuela, la de los juglares "que van de lugar a otro cantando y contando, poesía, buen hacer y un poco de sensatez", según confesaron en su propia presentación rimada. El cuarteto valenciano, también grupo de teatro, infantil y para espectadores de ocho a ochenta años, es, como ya se comprobó en el Festimed hace tres años, una propuesta muy diferente. Efectivamente, cuentan y cantan, también tocan, a ratos representan historias con moraleja para chicos y grandes y con ese don de la cercanía y familiaridad resultan absolutamente embaucadores: si consiguen que casi un millar de personas (la mayoría de edad más que respetable) se pongan a cantar como gaviota, gesticular como murciélago o imiten a Espinete sin el menor asomo de vergüenza, cabe concluir que lo suyo es mágico. Recogen canciones e historias por toda la geografía mediterránea, desde el sur andaluz a la Occitania gala, y, sacando enorme juego a sus habilidades didácticas y comunicativas, consiguieron un alto grado de sintonía con la audiencia, que hizo lo que le pidieron a placer... ¡y por placer! Su cuenta-concierto fue una pausa mágica de fantasía, música e imaginación en la cruda realidad de primas, tías y sobrinas de riesgo desatadas. Y los datos objetivos no engañan: comenzaron a las diez y veinte según marcaba el reloj de la iglesia, y terminaron ¡también a la misma hora! Como dice el mago de la tele, en verdad no existieron, fueron una ilusión, un cuento.
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Prometemos no ponernos pesados... ;)
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