JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 03/11/2010

QUIQUE GONZÁLEZ aprovecha una imagen de outsider romántico con posibles. En su primer concierto en Granada, hace siglos (en la desaparecida hace una década La Caverna) se bajó tras el concierto y le preguntó a la gente su opinión sobre la actuación. Así es él, directo y de primera mano, sin elitismo ninguno y de tú a tú, a pesar de las zancadillas continuas que ponen sus representantes oficiales. Un tipo con el plus de valor añadido de la pelea continua contra el sistema que ha curtido su pellejo y mantiene su aura de honesto y libre. De sensible y afectuoso también, por lo menos atendiendo a las historias que canta, casi siempre de perdedor "ma non troppo" con personajes viñeteados con estética de cineclub.

Pero los vientos, al menos aquí, son cambiantes, y sus visitas casi anuales tienen cara y cruz, pares y nones, y al parecer le van mejor los impares, años en los que ha llenado las mismas salas que en los alternos han quedado más despejadas. El pasado 2009, parafraseando a Neil Young, concluíamos que era tiempo de cosecha, de recoger lo brotado, éste de plantar semillas: la inauguración de la programación del atarfeño Coliseo "íntimo", una colleja carpa bautizada como "Club", de techo con caída de cama de luna de miel, alfombrada en moqueta y prohibición anticipada de fumar (habrá que irse acostumbrando a lo que habrá ya mismo), atrajo a unos cortos 300 espectadores; pero por si alguno/a se acordaba de su anterior concierto (cuándo llenó la sala El Tren), varió el formato (tampoco tanto) para marcar alguna diferencia. Así, prefirió algo más de cercanía y contención, con un comienzo solo, a piano, armónica y guitarra, introduciendo progresivamente a su personal, uno a uno, canción a canción, hasta completar la plantilla.

Quique convence por su desnuda fragilidad más que por sus recursos instrumentales, o su voz, porque lo que canta se sabe sentido y cierto, e invita al emotivo susurro coral. Es un hombre que suena sincero, cercano y generoso, agradecido y, por encima de todo, entusiasta. A poco que se rasque en sus canciones salen los originales, la materia prima que él utiliza a su manera, con imágenes muy de roadmovie, de cine negro y fraseado de viajera escritura policíaca... invitaciones que no por comunes, muy escuchadas, leídas o vistas pierden su efectividad evocadora, aunque en ocasiones (lo de las "Rayban que no dejan ver tus lágrimas" por ejemplo) es de una obviedad impropia en una aventajado aprendiz del maestro Lapido.

En directo Quique González se rodea de un excelente equipo de músicos capitaneados por... uno juraría que tras una retahíla de guitarristas solistas de campanillas como David Gwynn, Carlos Raya, Javier Pedreira o David Soler, el centro de gravedad se ha desplazado al espléndido organista Maeso, que le da a lo escuchado una apariencia absoluta modelo 'Último vals', incluso él mismo parece el hermano toledano de Richard Manuel. Lustroso sonido americanófilo que enmarca con épica de secano sus canciones, un sonido de madera viva, orgánico, que agrada y gusta por su naturalidad cómplice con las emociones crepusculares del madrileño. Pequeños rocanroles como él dice.

Resulta curioso que mientras Quique González aludía a Lapido (como siempre hace en sus conciertos), no muy lejos de allí Siniestro Total hacían también lo mismo con Jesús Arias, colegas generacionales ambos en la música de Granada desde que empezó la leyenda de esta ciudad. De fuera vendrán los que te elogiarán.

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