JUAN JESÚS GARCÍA  |  Almuñécar (Granada), 24/07/2010

Jazz en la Costa, al igual que reserva un día para el producto local, también tiene debilidad por las voces femeninas (porque son casi todas) en el jazz y alrededores; a la larga lista de presentes en estos 23 años (Stacey Kent, Bettye Lavette, Amparo Sánchez, Dianne Reeves, Rosa Passos, Teresa Luján, Rebekka Bakken...) hay que añadir el nombre de MADELEINE PEYROUX, cantautora de atractivo pasado, producción intermitente, glamour de a pie y éxito planetario.

El caso es que, salvo la preceptiva reserva de entradas para taquilla, la Peyroux liquidó todo "el papel" al poco rato de salir a la venta hace semanas, y a última hora del día anterior se desató el frenesí de llamadas a (supuestas o reales) influencias "para/porsi", que sucede en las grandes galas. Lo paradójico, es que salvo querer entrar con un gigantesco bus-hotel por las retorcidas calles sexitanas, la Peiruox es una completa antidiva, fuera y dentro del escenario, donde su naturalidad y humildad escénica la convierten en todo lo contrario al glamouroso personaje divino que sugieren sus medidos reportajes fotográficos.

La cantautora estadounidense trajo a Almuñécar la melancolía de un repertorio que ella interpreta con ternura, calidez y delicadeza, incluso agrupando a la formación en un pequeño círculo central en plan folk, como debía hacer cuando se inició en este negocio pasando la gorra "por las calles del viejo París". De dialogo cálido, amiga de las penumbras emocionales y reales (el volumen fue muy bajo), hay que hablar del equipo con el que encaja como uña y carne, generador del suave swing sobre el que sube su peculiar voz, y cómplice en las melancólicas intenciones de su cantante, y ocasional guitarrista acústica: Gary Versace, Jon Herington, Barak Mori y Darren Beckett, que fueron más grupo que solistas juntos.

Con un repertorio ajustado a su último disco, 'Bare Bones', donde se ha destapado ya como autora, no obstante jamás faltan en sus conciertos algunas citas a su antigua devoción por los "covers" de la más dispar procedencia, pongamos por ejemplo la versión que hizo de Dylan ('You're gonna make me lonesome when you go'), recordó también aquella cultura afrancesada que alentó su nacimiento artístico a través de un "tributo" al mayor crápula de la música gabacha, el genial Gainsbourg, tan de actualidad cinematográfica (con 'La Javainese') y, probablemente tocó techo como adaptadora -algo reconocido hasta por el propio Leonard Cohen- con ese hermosísimo 'Dance me to the end of love' que justifica todo un concierto tocado por el intimismo, más bien de otoño y teatro. Y sí, hubo jazz, en las dos piezas que hizo de Gershwin, como en el poso de su limitada voz, tan asemejable con la de Lady Day por su aire cansino y su registro contenido y fatal, como merced a esa indolencia turbia, nocturna y nicotínica con la garganta de la Mitchell, la madre de todas las cantautoras filojazzísticas que pueblan la tierra. Los aplausos y los jaleos del público certificaron que Madelaine es una incuestionable estrella para muchas personas, pero puede que ella prefiera las distancias mucho más cortas.