JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 06/06/2010

El grupo de los hermanos Escobedo pasó por Granada dentro de la gira de reunificación tras siete años de ausencia, tiempo en el que las canciones de la marca no parecen haber desaparecido de la memoria colectiva, puesto que la Copera registró uno de los llenos más clamorosos de la temporada. Los madrileños despedían en Granada la primera parte de esta celebración de encuentro familiar para salir, ya están en ello, a recorrer Hispanoamérica de norte a sur.

Mientras el rancio locutor José Luis Uribarri, con ese gracejo tan suyo con que el que la naturaleza le ha dotado llamaba "negrito" al cantante congolés que representaba a Francia en Eurovisión, cuatro "blanquitos" casi clonados (cabeza rapada y perilla de chivo, de luctuoso negro y con guitarras blancas) agitaban la memoria a golpe de estribillos pensados como himnos, revueltos con riffs taladrantes y temblorosos rayos láser.

El tiempo parece no haber pasado por el cuarteto más allá de que Manu Reyes ocupe la banqueta que dejara vacante la desgraciada baja de Alberto Madrid, a la memoria de quien, como a la de Big Simón (técnico y productor del grupo), dedicaron alguna canción. O puede que sí haya pasado, pero envueltos en una intoxicante humareda durante las dos horas de actuación (¡el efecto "media" de Sara Montiel pero a lo bestia!) tampoco se podía entrar en detalles visuales. Cuidadosos con lo suyo, aportaron una sección de flashes cegadores, bombillas de filamento por lo menos prestadas por el museo Tesla, y una batería de emisores láser bajo la "o" con el tejadillo circunflejo del casa.

Las faltó arrancar con el clásico "como decíamos ayer" pero recogieron el concierto donde lo dejaron, entre otras cosas porque no tienen material nuevo y así retomaron 'Oxígeno', 'Cientos de preguntas' o 'La prisión del placer'... nada más llegar. Como les pasara a sus antecesores en la cosa del metal (en esos ya apenas rock duro y ni eso) el grosor de martillo pilón de SÔBER hace diez años, ahora, desbordado ya por centenares de bestias pardas, suena menos agresivo y más melodioso: sus riffs hieren pero no matan, dando más aire a su estribillos, que como los de '10 años' mantienen intacta su coral capacidad "inflapechos".

Con un programa cargado de bises, 'Condenado' y 'Cubo' por ejemplo en una primera tanda, dieron paso al momento estéticamente cumbre, cuando el hasta entonces sobrado bajista y cantante se sentó en una segunda batería para terminar el set redoblando las percusiones en un trepidante final. Pero no fue todo, que todavía faltaban 'Arrepentido', 'Eternidad' o ese 'Paradysso' que argumentó en su momento la popularidad y el cuarto de millón de discos vendidos por este grupo. Segundas partes pueden ser mejores, pero vender esas cifras es historia que conviene recordar.