JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 16/12/2009

ZAHARA, como Robert Johnson, se encontró con el diablo a mitad de camino de todos los sitios, le miró a los ojos, coqueteó con él, pero no terminó de venderle su alma a cambio de la fama y la fortuna, al menos no entera. Y es que, hay varias Zaharas por ahí, una señorita que usa su nombre en un disco, la de la sobremesa ciclista ("malasombra" tuvo la cosa, que te pillaba diariamente con el estómago lleno y sin fuerzas para defenderte), la reina virtual, naïf y llena de fragancias y colorines... pero ninguna de ellas (o toda superpuestas) es la que sale a defender sus canciones en el escenario. Insistente como pocas con su vocación, Zahara ha dado un paso de gigante en este último año, pasando de la endeblez y la indefinición a la concreción de tener las cosas mucho más claras. Evidentemente han querido hacer de ella una estrella ''bladiblup'' de radiofórmula, (hay precedentes por aquí: de Elena Bugedo intentaron sacar otra Ana Belén), pero aunque el canto de las sirenas multinacionales es fuerte y equívoco (o porque la jugada era tan evidente que se caía sola), ella ha sobrevivido y se ha hecho fuerte, en el escenario, donde los hechos resultan incontestables.

Al frente de una solvente banda de Chicos Fabulosos donde mantiene a su hombre de confianza (y complicidad evidente): el omnipresente bajista Alfonso Alcalá, la jiennense-granadina envolvió su candor con transparencias, y desplegó esa sonrisa que, encendida, alumbra toda la avenida. Inteligentemente partieron de lo grabado para que nadie se llamase a engaño, pero la arquitectura de esas canciones, muchas de ellas que suenan a rosa chicle de fresa (ácida a veces, por el hueso amargo) se vuelven rugosas, escarpadas y con catarsis de electricidad que retuercen su gama dinámica desde la nada hasta el estruendo de chatarra chocando.

Ejerciendo de grupo invitado (y nunca mejor dicho) estuvieron JEAN PAUL, cuya exquisita sobriedad contrastaba con el lagartijeo entusiasta de la anfitriona, aunque ambos mundos coinciden al unísono en la soberbia 'Fin', una canción de esas en las que solo dos voces son multitud. 'Chica pop' abrió un concierto en que cerca del millar de personas, fans en toda regla (pero tan fans que se enrocaron en un "no..., no nos moverán" final hasta que salieran otra vez al escenario) cantaban solidariamente cada estribillo. Estuvieron todos los que debían de estar (los de 'Photofinish', 'La canción más fea del mundo', 'Olor a mandarinas', 'Funeral'), otros no previstas (los de 'Piscinas de verano' o 'Zapatos rojos') y por supuesto sonó 'Merezco', anticipando unos desparramados bises, en los que autoparodiándose se disfrazó de Paulina Rubio y recorrió con trenecitos de colegio la platea cuando ya estaba el concierto resuelto. Y no, no hubo forma de moverlos, hasta que volvieron a salir.