PAZ MADRID  |  Granada, 12/06/2019

Seamos sinceros. Si decidimos ir de festival, al menos tres bandas del cartel tienen que llamarte. Eso es así. Y ese fue el motivo para animarnos a ir a BULL MUSIC FESTIVAL el pasado 31 de mayo. El viaje Jaén-Granada se presentaba interesante con un cartel variado y con delicatessen en todos los géneros.

El calor de la primavera en Granada impidió que fuéramos capaces de coger un taxi para llegar al recinto del Cortijo del Conde antes de las 18:00 horas. Justo a tiempo para la primera dosis de bailoteo con Koel, aunque con la cosa de habernos perdido a Maldito Megías. Pero todo no se puede tener. La electrónica instrumental de Koel nos pilló un poco de sorpresa tras una serie de pildorazos poperos que nos arrancaron a bailar. Eso sí, bajo la enorme carpa que la organización había previsto frente a los escenarios inteligentemente. Pero también nos enseñaron que tras la piel de cordero se esconde el lobo con un giro argumental en su propuesta, con pasajes más pesados que me hicieron pestañear y, por supuesto, nos ganaron del todo. Buen arranque sin pretenderlo. Punto a favor.

Mientras mis amigas sacaban bebidas con sus pulseras inteligentes -la de prensa no llevaba tarjeta, aunque horas después descubriría que yo también podía comprar con tokens- y Martina Karsch sonaba en el escenario que dejábamos, llegaba el turno de elegir y nos decantamos por Mr. Kilombo en el Graná Brugal Stage, por no decir "brutal" de la que se formó cuando llamaron a tablas a Rozalén y un gentío -que no se sabía de dónde había salido- corrió a coger sitio. De 0 a 100 con una palabra mágica, un nombre propio. Ahora entiendo por qué lo llaman Bull. Es lo más parecido a un encierro que he vivido en mis treinta y cuatro primaveras. "Nos quedan tres más, no os vayáis", decía Mr. Kilombo, y tanto el público abajo como ellos arriba cumplimos el pacto verbal, porque sarna con gusto no pica. Pero como el sol sí lo hacía, cogimos refuerzos para lo que se avecinaba. Para mí, uno de los platos fuertes y motivo por el que acudir a la tercera edición del Bull.

Desde la vecina Córdoba, tierra de embrujo y encanto, trajeron kilo y medio de cada uno para espolvorearlo sobre todos nosotros, cual lluvia de purpurina mágica, los buenos de Fuel Fandango. En formato de quinteto y con dos baterías, el binomio Nita-Alex sigue funcionando aún diez años más tarde. Una década desde que nos enamorara entonces a unos pocos con sus primeros conciertos en pubs diminutos donde no cabíamos más de treinta personas. Una carrera al estrellato ganada a pulso que celebran ahora con su gira X Aniversario por todos los festivales que les quieren sí o sí, aunque sea para actuar de día. Este es un tema aparte, y reiterativo, pues la última oportunidad que tuve de verlos fue en el Go Rural 2017, a la misma hora. Justo antes de caer el sol. Parece una broma pesada, pero aún así tuvimos azogue para seguir bajo el sol dándolo todo desde su arranque con 'Always Searching' hasta el final con 'Salvaje', sin saltarnos un solo pasaje de los potentes como 'Today', donde Nita demostró que además de ser una gran soprano es capaz de bajar a los tonos más graves. Una voz salida de sus propias entrañas, desde lo más "jondo", como su taconeo sobre las tablas en momentos escogidos de temas como el megahit 'Shinny Soul'. La llama volvió a prender con Fuel. Por fin. Por otros diez años más disfrutándolos.

Aún vibrando y casi flotando, corrimos a pillar todo lo posible de Los Zigarros, que a las 21:00 horas arrancaban en el Escenario Bull, donde el rock fue el gran derrotado de la noche, ya que tanto ellos como después Sex Museum contaron con escaso público a causa de las propuestas de los otros escenarios. En el caso de Los Zigarros, Rozalén, que era la principal atracción para una gran mayoría, se llevó de calle al grueso del público, por lo que no éramos más de un centenar moviéndonos al ritmo del rock&roll canalla más zigarrero. Disfrutones como siempre, nos hicieron creer que el rock todavía no está muerto y aunque tenga eclipses temporales, seguirá brillando con bandas como ellos.

Sin duda, Rozalén fue el hit de la noche que concentró al 99 por ciento del público del festival. De hecho, no nos la perdimos más que aquellos que a esas horas, y después de tanta energía gastada, teníamos más hambre que interés en verla. Como para no aprovechar la oportunidad de comer sin agobios de gente, aunque fuera sola. Con la comida en la boca aún comenzaron a sonar Niños Mutantes, que fuimos a ver para saciar la nostalgia de una amiga del grupo. Algo fugaz, porque al poco, La Pegatina comenzaba a sonar en el otro escenario y claro, también venían a verlos. Cuando se trata de elegir y no matarías por ninguno, es un verdadero gustazo. Algo que no ocurrió después, pues estaba claro que pertenezco a ese 5 por ciento de la resistencia rockera del festival que no podía perderse una cita muy especial con Sex Museum. Unos clásicos, músicos incombustibles todavía en muy buena forma que siguen regalando auténticos shows 100 por ciento rockeros y psicodélicos. No merecían tan poco público, pero los que estuvimos vivimos pura magia con sus canciones, siempre tan acertadas y perennes en el imaginario colectivo de los que hemos crecido viéndolos crecer y disfrutando también de otra de sus propuestas, Los Coronas. Era de ley verlos hasta que terminaran de recoger las guitarras para agradecer su concierto, que fue incapaz de competir en horario con La Pegatina.

Entonces, el hambre llegó hasta mis amigas y, yo ya en mi digestión, decidí cumplir otro propósito del Bull: Ver a Nach, aunque fuera sola. Y allí que me fui, no sin las consabidas visitas a mis amigas, que se perdían de nuevo en la nostalgia de Medina Azahara. Decía que el rock fue el gran derrotado de la noche, pero por suerte los cordobeses rompieron la maldición. Sin embargo, el cuerpo me pedía cambio de tercio urgente y fue cuando comenzó la magia del hip hop. Primero con otros tantos kilos de nostalgia de mano de Nach, que repasó su carrera con un espectacular audiovisual con el que rescataba las estrofas más importantes que le han hecho ser quien hoy es. Un goce para las miles de personas que vivimos, bailamos y gozamos de sus rimas en directo. Aun sin conocernos, la conexión entre los melómanos puede llegar a ser mágica. Justo cuando terminó, mis amigas, convencidas de que ya habían tenido suficiente rock andaluz (de calidad y con denominación de origen, ojo), se dejaron llevar al terreno hiphopero con Ayax y Prok. Una sorpresa la propuesta de estos hermanos en directo que consiguió engancharnos hasta comprobar que merecía la pena aguantar un poco más y ver el que sería el último concierto para nosotras. La noche seguía para los que aún tenían cuerda en la carpa de deejays Underground Tent, donde solo catamos un poco de Charlotte de Witte para comprobar que hacía falta tener muchas más pilas para seguir danzando por allí.

Es curioso, el calor hizo que llegáramos tarde al arranque del festival y el frío que lo diéramos por finiquitado una hora antes del cierre. Y es que la edad no perdona. Ni el cambio climático. Lo bueno es que el Bull tampoco defrauda y, después de una primera edición en 2017, volver en 2019, aunque sea solo un día ha sido, sin duda, todo un acierto. Dejad al toro libre, que tiene carrera para rato.