JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 08/07/2018

Con un lleno completo y casi dos mil personas en la gustosa pradera de la Ermita de los Tres Juanes, la edición de este año de Jazz en el Lago tuvo en KENNY GARRETT a un absoluto protagonista, con detalles de inmensa grandeza artística y algún otro tan curioso como sorprendente. Solo Pedro Iturralde había conseguido un lleno tan nutrido como el del saxofonista del bonete.

Salieron los cuatro en tromba con una nitidez impoluta y un volumen altísimo, con el saxofonista arqueándose en mitad del escenario mientras exploraba hasta el rincón más escondido de su saxo, doblándose con movimientos de lector de madraza en trance religioso. Su sonido podía en cualquier momento volverse igual de circular creando espirales absolutamente hipnóticas. Afectado de una extremada urgencia expositiva, intensidad visceral y volcánica su torrencial locuacidad explicita recuerda su época de revisionista del bop: con un ataque duro caracterizado por su forma de tocar el staccato y una firmeza absoluta, pudiendo pasar sin solución de continuidad de un estremecedor lirismo a la ardiente lava sonora o encallarse en un riff repetitivo. No hay que desmerecer el trabajo de su confidente mano izquierda en la banda, el pianista Vernell Brown, ni del percusionista (y corista) que también estuvo con Miles, Rudy Bird.

Ya en las últimas veces que le hemos escuchado ofreció un diseño de concierto infalible, con una larga suite climática central preñada de guiños (a 'Sumetimme', al 'St. Thomas', al...), deriva caribeña a ritmo de mambo y de calipso, zona urbana y un final rapeado. Nunca le habíamos visto, sin embargo, ni a él ni a nadie, descender del escenario en un solo ajeno, irse a la consola de realización de vídeo en directo y llevarse los discos duros de la mesa. Prueba de que la "malafollá" es ya patrimonio de la humanidad entera.

Su último disco se llama 'Do Your dance!' y, representado por la pieza titular, fue la puerta de salida hacia a un final urbanita, que el público aprovechó para subirse a su lado en la plataforma de los bailarines de swing, y él para darles de comer en la mano. Terminó con su habitual 'Happy people', pieza con un juguetón riff muy Weather Report estirada en un larguísimo mantra coral con la parroquia ya en éxtasis.

La noche se cerró con el estupendo swing de The Jump Club, orquesta montada sobre la mitad de los que fueran Potato Head Jazz Band y que, con una magnifica vocalista, revisitan estándares y adaptan con buen tino clásicos del pop, incluso. Y si el movimiento se demuestra bailando, una tropa de bailadores disfrutó (e hizo disfrutar también a los más oxidados observadores) la música de esta elegante banda que nada más nacer tiene ya una agenda llena de conciertos. Y es que el swing lleva un siglo siendo el ritmo del verano, de todos.