JUANMA CANTOS  |  Madrid, 14/11/2010

Noche para enmarcar dentro de la presente edición del Festival de Jazz de Madrid. Se encontraban en un mismo escenario (en sesión doble) dos de los nombres más destacados del jazz actual. Por una parte, el jovencísimo -y al que se le intuye una carrera espectacular en esto de soplarle a la trompeta- CHRISTIAN SCOTT y, tras él, un ya veterano de las lides del saxo, un auténtico showman como KENNY GARRETT.

Comenzó el concierto el de Nueva Orleáns, fino, finísimo, pero a la vez aguerrido y potente, sacando de su trompeta todas las influencias del hip hop y del rock que, como no podía ser de otra manera, atesora alguien tan joven (escasos 27 años de edad) como es Christian Scott. Acompañado por una banda espectacular e igual de joven que su líder, en la que destacó sobremanera su batería, el natural de Houston Jamire Williams (pese a comenzar a entonarse arrancada ya la segunda canción), y su guitarrista, el canadiense Matthew Stevens, Christian Scott, agarrado a su trompeta de campana levantada que le fabricó Edward Instruments, demostró una sobresaliente maestría en los agudos y una templanza enorme en los solos, como si llevase en esto toda la vida. Inquieto y sin parar de moverse en todo el concierto, caminando sobre el escenario como un b-boy, presentando con simpatía cada uno de los temas, preguntando al público si entendía sus palabras, el de Louisiana se ganó al público fácilmente con canciones como 'The Eraser' o la balada 'Isadora', incluidas en su recomendabilísimo último álbum, 'Yesterday You Saud Tomorrow'.

Mención especial para el tema con el que cerró el concierto, 'K.K.P.D.', un tema que compuso para denunciar el abuso policial y con el que pide que se trate a la gente como gente. Y es que Christian Scott lo vivió en sus carnes, como explicó en el escenario. Volviendo de un concierto en su ciudad natal, fue abordado por nueve policías que abusaron de su autoridad y le insultaron. Él pensó en vengarse, pero le pareció más eficaz el componer una canción que haga reflexionar a la ciudadanía de su país sobre los prejuicios con que son tratadas las personas de raza negra en Estados Unidos. Terminó así, con un alegato social, con el que impregna las canciones de su nuevo álbum, un concierto de escasamente una hora que, lógicamente y ante tales muestras de rotundidad en lo que se escuchaba, se nos hizo muy corto.

Tras una breve pausa tomó el relevo el saxofonista Kenny Garrett. Como no podía ser de otra forma, el de Detroit se rodea también de una banda espectacular en la que destaca el versátil teclista Johnny Mercier, sobre el que se sustenta una mezcla de smooth jazz, raíces funkys y jugueteo con el acid jazz, que gana enteros gracias a la solvencia de su base rítmica, formada por el batería de fortísima pegada Nathan Webb y el espigado bajista eléctrico Kona Khasu, quien aporta el groove a este cóctel, muy del gusto del público generalista y destinado al disfrute y al baile.

Como digo, Kenny Garret es un auténtico showman que sabe llevar al público a su terreno y que, entre balanceo y balanceo de su cintura, va metiéndose en su bolsillo a quienes le escuchan. No hay más que ver cómo consiguió que la totalidad del Teatro Fernán Gómez se pusiera en pie y le siguiera en el baile con 'Happy People', cuya melodía repetía una y otra vez hasta lograr el delirio del respetable. Siendo honestos, la propuesta de Kenny Garrett no dejaría de ser un pastiche si no contase con la maestría instrumental propia y la de la banda que le rodea, ya que saben impregnar de elegancia y personalidad a su directo. Su concierto fue impecable y dejó al público satisfecho. ¿Se puede pedir más?

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