ALFONSO SÁENZ  |  Madrid, 04/04/2010

El Padrino del Soul giraba en la gramola. Las cinturas comenzaban a contonearse y hacían circular a las inconscientes caderas en automático vaivén. Era el funk lo que provocaba este movimiento, un movimiento irresistible que hacía augurar una negra y sudorosa noche en la calle Jardines de Madrid.

Fueron los zaragozanos FAITH KEEPERS los encargados de dar comienzo a la velada. Ataviados con sus kimonos de karatekas funkies, impactaron golpe tras golpe sobre un público que gozó con el raw funk y el garage soul de la banda aragonesa. La figura del vocalista y conguero Borja Téllez se elevó por encima del resto de la banda, completando una gran actuación en la ardua tarea del frontman de funky. Sus desgarrados coros y contrapuntos negroides aportaron la propiedad y la frescura a una pasional banda que garajeó excesivamente un show, donde el groove parecía no haber sido invitado. Pese a ello y tras una serie de problemas técnicos que hicieron suspender el concierto durante unos minutos, Faith Keepers completó una buena actuación que concluyó a ritmo del boogaloo 'Don´t worry 'bout later', que hizo las delicias de un público ávido de ritmo y ansioso de funky.

Tras los maños y después de un soporífero monólogo del anti maestro de ceremonias de la noche, apareció sobre el escenario el trío madrileño TALK!, junto con una de las mejores secciones de vientos del panorama funk nacional: THE WOOHOOS. Es difícil pensar en mejor asociación. Talk! presentaba su nuevo single aquella noche y lo hizo como debe hacerse. Tras los habituales problemas de sonido de los primeros temas, el hammond de Jon Sande comenzó a repartir jamón, y asumiendo la doble tarea de bajista y teclista dio temple y presencia al jazz-funk y al soul de los madrileños. Atemperados por el baterista Beny Grooves y deliciosamente guiados por la guitarra de Lucas Vázquez, Talk! nos devolvió a los 60 y nos tiznó la piel. Nos dio soul, rythm & blues, funky, groove e incluso psicodelia funk empapada en crack, en un tema que embarcó a los fieles en un viaje de oscuras y cavernosas ensoñaciones. Tras ello, el funky volvió y ya no se marchó hasta el final del concierto. El saxofonista Pablo Hernández terminó bajando del escenario y fundiéndose con la agitada congregación en un frenético baile.

Cuando el funk se mete por las venas se activa un mecanismo, un irrefrenable impulso que no te permite mantener quietos los pies, las piernas tiemblan y hay que moverlas, los brazos y manos cobran vida propia y se estremecen como el rabo separado de la lagartija, la cabeza se agita, te despeinas y sudas sin parar. Pues bien, ni un solo peinado aguantó aquella noche y ni una sola alma salió seca de la Sala Sol de Madrid. Iban empapados en funk. Y eran felices.