JUANMA CANTOS  |  Baeza (Jaén), 10/01/2018

No hace falta ser un experto en músicas de raíz, por muy habituales a nuestros oídos que, por continuo contacto, ya sean, para darse cuenta de que estamos ante uno de los discos que pueden marcar este 2018. Solo es necesario dedicar un poco de tiempo y de atención -y un mínimo de sosiego- para conseguir dejarse envolver por la profundidad de lo que nos propone VUELACRUZ en su disco homónimo de debut.

Ya desde una primera escucha podemos darnos cuenta de que estos cuatro músicos baezanos no son unos recién llegados a la escena. Con las ideas muy claras, y llevando las canciones, de una forma muy brillante y estudiada, desde la introspección de autor hasta un terreno amplio y abierto en el que el folk estadounidense impregna por todos sus poros al pulido y preciosista pop del cuarteto, Vuelacruz firman un álbum maduro y con calado.

La estela oscura, magníficamente densa y de profundidad emocional que el núcleo de Vuelacruz desarrolló hasta hace bien poco en su anterior proyecto, Autómatas, se torna ahora, envuelta en la dilatada experiencia compositiva y las tablas en directo de la banda, en claridad, fluidez y libertad de vuelo, materializadas en unas composiciones que se proyectan y se amplifican, con luminosidad, entre arreglos instrumentales con hondura y letras vitales con carga poética. Combinación infalible si lo que se quiere es transmitir lo que se es: Una banda sólida dispuesta a dejar huella.

'Mantuvimos cielos' abre el álbum, denotando ya desde sus comienzos, con un registro en directo de la rítmica de Cristóbal Gómez (batería) y Juan Antonio García (bajo), que lo que contiene el disco es de todo menos impostura. Junto con el primer single, 'Si encuentro algo que decir', van capturando, gracias a las preciosas melodías vocales de José Gómez, continuadas en temas como 'El temblor' o 'Me he de perder', con ese aire fronterizo que aportan las trompetas de Juande Ramírez, que también afianzan la sobriedad de 'Batir de alas', esa espléndida muestra de contención en un medio tiempo a tres por cuatro, presente así mismo en 'Enséñame los tiempos muertos' o 'Cada reglón', canciones que, dentro de su ponderado y reluciente empaque, son contrapuntos a la intensidad contenida de 'No habrá perdón' o 'La capacidad', desplegando con todo ello una preciosa cadencia a lo largo de su minutaje, cadencia espoleada con los festivos coros de 'Si me sigues', marcados por la preciosa voz de María José Mora.

El productor Paco Loco, ese gurú imprescindible para comprender la historia reciente -y no tanto- del pop con intenciones en nuestro país, ha puesto su magia al servicio de unas canciones que han crecido -y mucho- al pasar por las pistas de su mesa de mezclas. Un trabajo minucioso que hace relucir una impecable grabación aderezada con instrumentos poco frecuentes en el pop actual como el armonio, el banjo, el dulcimer, el vibráfono, el omnichord, el slide, el theremin... o directamente vintage o "gran reserva": Takamine, Fender Jaguar, Gretsch, Rickenbaker, Crumar Multiman, Fender Rhodes, Hammond, Vox Jaguar, Fender Coronado, Arturia Minibrute...

En definitiva, no hay más que escuchar cómo, con todo acierto, se cierra el disco, con 'Arder', un tema crudo y directo, en el que Vuelacruz demuestra, sin artificios, que han asimilado con firmeza las músicas de raíz estadounidense, ese folclore, llevado a nuestros días, que te cala, te recorre y te eleva.

Flor y Nata Records, uno de los sellos más longevos, serios y "currantes" de nuestro país, se amolda como un cálido guante a la mano de un grupo que comparte intenciones de ganarse a la audiencia con constancia, sin estridencias, a base de buenas canciones y carretera. Sin duda lo merecen.