MARTIN PAGE  |  Madrid, 09/01/2018

Hasta el momento el trono como peor director de la historia del cine le correspondía a Ed Wood, quien Tim Burton (quizás en su mejor película), lo retrató en un excelente blanco y negro con mucha ternura, melancolía y sentido del humor a través de un inmenso Johnny Depp en la piel del singular cineasta. Pues bien, con la historia que cuenta 'THE DISASTER ARTIST' aparece un nuevo aspirante: Tommy Wiseau, una especie de actor-juanpalomo-director de origen y fortuna desconocidas que quiso escribir, dirigir e interpretar un drama a la altura de Tennessee Williams y al que le salió una película irrisoria, surrealista y maravillosamente ridícula: 'The Room'. Una película que, de manera accidental, terminó convirtiéndose en el film de culto más famoso en lo que llevamos de siglo y que sigue siendo proyectada regularmente en sesiones golfas abarrotadas de público gustoso y propenso a partirse la caja.

Todas estas premisas, desde luego, dan para una buena historia y el prolífico e inquieto James Franco, que es un tipo muy listo, ha sabido recogerlas perfectamente en su nuevo trabajo como director, reservándose y encarnando de manera espectacular (y premiada con un merecidísimo Globo de Oro) a este tipo tan singular y difícil de olvidar. Magníficamente secundado por su hermano Dave Franco que pone el contrapunto "realista" en la piel del coprotagonista Greg Sestero (compañero de Tommy y autor del libro de memorias en el que está basado el film) y también por el resto de su pandilla artística y juerguil habitual (Seth Rogen, Josh Hutcherson, Judd Apatow...) la película intenta y consigue reflejar de manera fiel y sin ningún tipo de vergüenzas cómo tuvo que ser el caótico y estrafalario rodaje de una de las peores (o mejores, según se vea) películas de nuestro tiempo.

En definitiva, 'The Disaster Artist' trata de ser un film que defiende el impulso creativo por encima de la capacidad artística, que dignifica la libertad y "el toque distintivo" por encima de aquello que no lo tiene y que acaba convirtiéndose en una comedia ácida y realista, surrealista y divertida como solo un drama sin sentido (aparente) puede serlo. Y lo consigue. Y encima te echarás unas buenas risas.

Imprescindible quedarse hasta después de los títulos de crédito.