JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 21/11/2011

Una revista inglesa aseguró que "escucharla era amarla" y eso exactamente ocurre siempre con esta filóloga neoyorquina reconvertida en exitosa cantante de jazz clásico e intimista, que suavemente se apropia de la voluntad del público con muy buenas maneras, elegancia, discreción y fragilidad.

Tras su concierto de debut en Jazz en la Costa de hace ya años, cuando acababa de debutar casi, ha regresado esta vez al festival de invierno de Granada pero ya con vitola (y premios) de voz importante. La mayor paradoja de esta cantante es que no aporta nada a la historia del jazz vocal: de un clasicismo impropio de su edad y en un formato cercano al de cualquier grupo de hotel, la clave de esta mujer para meterse al público en el bolso no está en qué hace, sino en cómo lo hace: con una perfección sutil y desapasionada, suave, blanca, templada y desde tanta distancia del concepto espectáculo que pudiera resultar hasta naïf.

Su estilo ha sido elogiado y aplaudido como una elegante mezcla de Peggy Lee con Ella Fitzgerald, comparación a todas luces exagerada por prematura, pero esa sencillez tan sincera con la que canta y su presencia completamente exenta de glamour superficial resulta embaucadora por su sinceridad. Perfecta en afinación, dicción e inflexiones, consigue un delicado equilibrio entre la ausencia de maquillaje y la devoción por la música, dotando a sus interpretaciones de una credibilidad que desarma (o duerme, que también los hubo). Tiene ángel, pero eso sí, con el termostato en la zona azul.

La templaza sonora de la noche contó con la complicidad de un suficiente grupo dirigido por su marido, el saxofonista James Tollison (de la redonda escuela tenorista de Getz, quien por cierto vivió cierto tiempo la costa granadina con la cantante Astrud Gilberto, modelo inequívoco de la Kent, hasta por cancionero), donde cabe resaltar el amoroso fraseo del pianista Graham Harvey y la contención del baterista Matt Skelton, que en su solo confesó que es capaz de saltarse el guión.

STACEY KENT interpreta las canciones que enamoraron a sus abuelos convencida de la inmortalidad de lo que canta. Con los años, al cancionero más estándar ha ido añadiendo el material en francés del multipremiado disco 'Raconte moi' y en los últimos tiempos ha acentuado tanto su fascinación por la música brasileña que incluso ha aprendido a hablar portugués.

En su revisión de las grandes canciones y baladas americanas se muestra natural con un repertorio de estándares de autores como Rodgers y Hammerstein, Kern o Cole Porter. Material sensible interpretado con exquisitez desapasionada y un refinamiento cristalino. Entre su material francés cabe destacar la conmovedora versión de 'Jardín d'hiver' (de Benjamin Biolay) que hizo, aunque el verdadero ganador por goleada de la noche fue don Antonio Carlos Jobim, al que cantó en los tres idiomas que maneja con 'Quiet Nights of Quiet Stars' ('Corcovado'), 'Dreamer' y 'Aguas de marzo' como poco, atrapada completamente por el hechizo de bosa y samba, ritmos tranquilos que encajan perfectamente en su estilo para las distancias cortas. Espacio interior en el que juega a ganar y consigue que el oyente quiera más, al menos una pieza más, que obviamente también fue de Jobim.