JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 08/11/2011

En tiempos en los que la uniformidad puntúa en positivo (y más que lo va a hacer en breve), proyectos como el de JEAN PAUL son una isla en mitad de la casi nada; y como dibuja Forges, con una palmera tan sólo, pero suficiente para dar sombra y dátiles azucarados esperando que con suerte no te rescaten de por vida. Si uno recorre (y es causalmente cierto) el dial de la radio, de emisora en emisora, la aguja se queda (se quedó) clavada en la frecuencia que suena (sonaba) una asperísima canción de aires camperos y crepusculares tipo "gringo viejo", que como dijo el locutor, un tal Eduardo Tébar, se llamaba 'La orquesta del fin del mundo'. Era Jean Paul marcando la diferencia con su voz de lija. Eso es lo que distancia a Raúl Bernal y su alias grupal de todo/as, la inmensa potencia de su veta emocional, donde pica y pica pausadamente hasta encontrar un hilo de oro (negro) vital. Y es un oficio que ya casi no existe.

Otro que tal es Luis Arronte, quien a pesar de las diferencias formales se dirige al mismo espacio del que Jean Paul vuelve, y todavía exhibe un (cada vez menos) entusiasmo cachorro apenas disfrazado de delicadeza superlativa y exquisitas formas: si ya contempla "monjitas hiperventilando" solo le faltan un par de cartones de Ducados y hacer gárgaras con chinchetas para que el tono alto y liso de su voz acompase a sus intenciones. Urge que saque un segundo disco ya, por nuestro bien.

Anticipado por Arronte, Bernal y los suyos, Jean Paul, volvieron al Planta Baja, con un disco nuevo y alguna baja (Paco Solana) en el equipo. Cuenta Raúl que lo de hacer canciones es más bien fruto de la casualidades, cuando se encadenan y se estimulan entre ellas hasta hacer brotar los primeros (jeje) "tallos verdes" de lo que será un bosque de canciones, una grabación, un disco, una promoción, unas buena críticas... y con suerte unas actuaciones con las que pagar todo lo anterior y lo posterior. Pero engaña en parte porque entre medias ha hecho un "autodisco" virtual de homenaje a sus mayores y las que ahora saca en 'Manqué' son la punta del iceberg de lo que tiene en el cajón.

Ante el formidable grupo que ha montado, uno descubre que a esas canciones hay que atenderlas como nacieron, de tú a tú, en experiencia unipersonal para no perder detalle. Disfrutar del supremo gusto de las guitarras de Víctor Sánchez, el feeling decorador del todoterreno de Marcos y del pálpito de Isaac Zafra (de crianza muy ajena pero perfectamente convertido a la causa) y del vocabulario exacto y siempre fiel de Popi González requiere casi auriculares clavados en el sentido de la atención. Para captar la hondura abisal de la literatura de Raúl, los matices de esa garganta abrasada, de no-cantante que mastica la palabras hasta morder el hueso, para oírlo crujir, no cabe distracción que despiste la concentración. Sí, ya sé que pide mucho en estos días de enormes reflexiones filosóficas de 140 caracteres, pero gratifica el esfuerzo porque termina secuestrando la atención y generando hasta síndrome de Estocolmo: en el reproductor mp3 cuando aparece una canción suya, ¡ay! se detiene el tiempo como aquella anoche se paró el botón del tuning.

Amigo de sus amigos, admirable agradecido y respetuoso, Raúl además tiene muy buenos colaboradores, y así Arronte le secundó en 'La multitud' y el actual contrabajista de Loquillo (Alfonso Alcalá) hizo lo propio en 'Siempre estaré sucio' añadiendo ese retrosabor a madera noble y ajada que tan bien le sienta a su canciones. Faltó Zahara (o Elena Bugedo, o...) esas segundas voces femeninas, que como el Hibitane suavicen y den algo frescor a la sobriedad austera y desértica de las historias de Bernal. Un concierto extra-ordinario.