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El despliegue de medios utilizado es impresionante: Un vestuario de época perfecto y acorde al status de la familia...
Demasiado riesgo el asumido por Tomaz Pandur al adaptar la película de Luchino Visconti, ya de por sí un drama complejo y difícil, en la que se analiza el ascenso del nazismo y sus desastrosos efectos en una familia exponente de la aristocracia germana.
La trama "destripa" a esta boyante familia (los Essenbecks) propietaria de una acería que se verá involucrada en una guerra interna de ideales y poder ante el papel de su industria como proveedor de los nazis. Así, en la noche del 27 de febrero de 1933, mientras el Reichstag arde en un incendio supuestamente provocado por los comunistas y del que tanto rendimiento obtendrá Hitler y los suyos, el patriarca de la famila, Joachim von Essenbeck será asesinado. A partir de aquí se desborda la lucha entre los miembros del clan durante las dos horas de función.
El despliegue de medios utilizado es impresionante: Un vestuario de época perfecto y acorde al status de la familia complementado con un maquillaje soberbio (brillante en la escena mítica de Martin -Pablo Rivero- disfrazado de Marlene Dietrich en 'Der Blaue Engel' el cumpleaños de su padre); un espejo elevado (similar al que pudimos ver en 'La Fiesta de los Jueces') que amplía aún más la escena y permite una doble perspectiva; una cinta transportadora de derecha a izquierda usada con maestría para producir los cambios escénicos; una pantalla posterior donde se proyectarán imágenes de los años treinta (con la participación de los actores) en blanco y negro con la que complementar la escenografía; por supuesto, un excelente pianista (Ramón Grau) que a modo de las antiguas películas mudas de principio de siglo pondrá a cada escena la tensión requerida con un sonido bien ajustado y medido; y sobretítulos en inglés (algo muy poco habitual en nuestras salas). El problema que presenta es que se trata de una pieza muy espesa con un guión complejo de seguir que requiere una gran concentración para no perderse y para entenderlo, así parte de los espectadores no acaban de coger el hilo y terminan desconcertados.
En cuanto a la interpretación, nos resultó impactante Manuel de Blas por la fuerza que le confiere al personaje de Konstantin, Fernando Cayo por la naturalidad y credibilidad que consigue en su papel del nazi Von Aschenbach y un versátil y camaleónico Pablo Rivero.
Sin duda, un duro trabajo, probablemente de los que más, que nos sitúa ante una deslumbrante estética para abordar un intratable e insólito guión. Merece la pena, además, perder unos minutos en deleitarse en la exposición fotográfica que al respecto se exhibe en la antesala del teatro.
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Prometemos no ponernos pesados... ;)
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