JUANMA CANTOS  |  Madrid, 25/07/2011

Cuando te sientas a ver y a escuchar a cinco músicos como los que componen este "renacer" eléctrico de Return To Forever, rebautizado para esta gira como RETURN TO FOREVER IV, puede ocurrir, dicho clara y llanamente, sin rodeos, que "se te vaya la olla". En el concierto de Veranos de la Villa del pasado viernes ocurrió, vaya si ocurrió.

Hagamos un repaso para ponernos en situación: Chick Corea no necesita presentación. El de Massachusetts es un pianista y teclista de reconocidísimo prestigio que, aparte de haber trabajado con otros grandes como Gary Burton, o Paco de Lucía, es el máximo exponente del jazz fusionado con el rock. Un podium que comparten estos Return To Forever que Corea creó en los setenta y ahora retoma, junto a Weather Report y la Mahavishnu Orchestra. Repartan ustedes las medallas según sus propios gustos.

Stanley Clarke, por su parte, es un bajista y contrabajista de un nivel extraordinario. Quien asistiese al concierto del viernes en Madrid puede dar fe de ello. Considerado como el mejor bajista de la actualidad, es capaz de enredarse -en positivo- en el tapping más extenso con su bajo eléctrico o de acariciar con el arco, con una suavidad extrema, las cuerdas del contrabajo. Vibrante. Fue el escudero de Corea en los primeros Return To Forever, hace casi cuarenta años, y ahora vuelve con una presencia insustituible.

Seguimos para bingo: el violinista Jean-Luc Ponty formó parte de los ya mencionados Mahavishnu Orchestra, como él mismo se encargó de recordar en las presentaciones, mientras que el australiano Frank Gambale, guitarra, es uno de los profesionales más reconocidos, sobre todo en el modern jazz, y el baterista Lenny White, habitual en grabaciones de grandes como Vertú (grupo que creó con Clarke), o acompañando a Freddie Hubbard ('Red Clay') o el mismísimo Miles Davis ('Bitches' Brew'), fue ya miembro de Return To Forever también en el pasado.

Estos cinco excepcionales músicos venían con esta revisión de Return To Forever cargada, no podía ser de otra manera, de la lisergia propia de ese jazz pasado por la psicodelia y el rock progresivo, con tanto regusto a la época de los setenta, un déjà vu de expresiones técnicas que se superponían en espiral tendiendo hacia una bendita, brillante y coordinada megalomanía. Una lisergia y una cuidada técnica que se expandieron por entre un público asistente que se dejó llevar, como en trance, como drogados por la música, a través de un repertorio sofisticado, no al alcance de cualquiera. Las caras de "ida de olla" entre el público denotaban ese trance.

Entre fusión de rock y jazz hubo tiempo para planteamientos más evocadores y oníricos, como en ese 'Renaissance' compuesto por Ponty, que viró, mediado el concierto, el tono general hacia esos paisajes marca de la casa del francés, que pusieron en pie al público gracias a los juegos sonoros entre el bajo y el violín. Y también hubo tiempo para rehacer planteamientos que podríamos definir como más puramente jazzísticos, en términos clásicos, como en el 'The Romantic Warrior', firmado por Corea, con esos tan bellos como enrevesados pianos que lucieron con maestría, treinta y cinco años después de la grabación del álbum que contenía este tema.

No faltó 'Spain', obra cumbre de la banda, con la que se despidieron, tras dos intensísimas horas de concierto. Lo habían dado todo y no concedieron bises, pero a la insistencia del respetable. Y es que, como trató de explicar Corea mediante gestos en la despedida, era tarde, pasadas las 12 de la noche, y se los podían llevar "al cuartelillo" si seguían repartiendo "droga para los oídos".