JUANMA CANTOS  |  Madrid, 23/07/2011

El cubano PABLO MILANÉS es uno de esos artistas al que uno ha de ver y escuchar en concierto al menos una vez en la vida, te guste o no su música. En su ya larguísima trayectoria, casi sesenta años sobre las tablas, ha influenciado a, al menos, un par de generaciones de músicos que han visto en él -y en la nostalgia de su música- un espejo en el que mirarse. Y no sólo músicos, ya que sus seguidores en todo el mundo se cuentan por legiones. El mismísimo Bob Dylan se encuentra entre ellos. No era de extrañar, por tanto, que el público madrileño le arropase en su paso por Veranos de la Villa, y, de esta manera, más de dos mil "jóvenes de todas las edades" se emocionaron en su concierto. Literalmente: Junto a mí, una chica de mediana edad no paraba de llorar y pedía "kleenex" a su acompañante.

Pablo Milanés apareció en el Escenario Puerta del Ángel rodeado por una banda de músicos realmente impresionante, que pusieron la luz, con esos ritmos, sobre todo los de la percusión, imposibles para un músico que no sea de la isla, con ese cubanismo de baile y fiesta, que se contrapuso a la oscura melancolía que encierran tanto la voz como las letras de este cantautor universal.

En un concierto generoso en duración (dos horas y más de una veintena de canciones), Pablo Milanés hizo un recorrido por buena parte de su obra. En el comienzo de su concierto no faltaron canciones -algunas poco conocidas como 'Días de Gloria', otras más populares como 'Plegaria', 'Búsqueda' o 'De qué callada manera', en la que Milanés musicaliza versos de Nicolás Guillén, o 'El Pecado Original', una canción que dedicó al movimiento gay cubano y, especialmente, a su hermano, el director artístico de su grupo, Lázaro Gómez, o 'Te espera una noche de éxitos', 'Despertar', 'Hay'...- marcadas todas ellas por la brillantez, como digo, de un elenco de músicos sobresaliente, a destacar el desenfreno de Osmany Sánchez (batería) y de Edgar Martínez a las percusiones y la dirección de Miguel Núñez en los teclados, sin olvidarnos del saxofonista y teclista Germán Velasco ni del violinista y también teclista Dagoberto González.

Sentado sobre un alto taburete, el orondo cantautor pareció no sentirse muy cómodo, agarrado con su mano izquierda al micrófono y con la derecha al soporte de éste, llenado con profesionalidad y experiencia los huecos que la edad va dejando en su voz.

La parte intermedia del concierto estuvo dedicada a su último disco hasta la fecha, 'Regalo', del que puso en escena 'Diario de Mauricio', 'Matinal' y 'El largo Camino de Santiago', un tríptico que resultó la parte más anodina de un concierto que volvió a despegar con temas como 'El tiempo, el implacable, el que pasó', 'La soledad', con la que sosegó el enfilado ritmo del espectáculo, 'Mírame bien', con la que incidió en esa cadencia suave y melancólica, para volver a lanzarse con el cubanismo de 'Identidad' o 'Años', coreadas por buena parte del público.

Cuando por fin abordó la imprescindible 'Yolanda' ya llevábamos una veintena de canciones. Con ella llegó el tramo final del concierto, centrado en el palo más trovero de su carrera, el de esas tonadas pensadas para ser tocadas con la soledad de una guitarra (a pesar de que, durante el concierto, Milanés no tocó ni por un momento la acústica que tenía colocada a su derecha en la tarima del escenario) y nos regaló temas de siempre como 'El breve espacio en que no estás', o, reservadas ya para un muy solicitado bis, 'Para Vivir' y 'Yo no te pido', que sirvió para el lucimiento de su bajista, "El Indio", y como despedida hasta un nuevo encuentro.