JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 10/12/2009

Como le gusta decir a Miguel Ríos, en este oficio hay que ser un corredor fondo, en su caso ya maratón. Y QUIQUE GONZÁLEZ es el prototipo del, por ahora, mediofondista corajudo e insistente. A estas alturas (ocho discos) y con varios regresos a la casilla de salida, su perfil es ondulante, pero siempre hacia arriba, y ahora está pasando por una estimulante fase de pico: las 800 personas que le vieron en la Tren son el doble de los que presenciaron su anterior visita, y dieciséis veces más que los que estuvieron en su primera actuación en Granada. En esta gira que acaba de empezar va a lleno por noche, recogiendo lo plantado a lo largo de muchos años y regado con entusiasmo, esfuerzo y paciencia. Ahora cuenta con una base de seguidores capaces de (rigurosamente cierto) venir desde Murcia ¡y plantarse en la sala el día de antes para coger sitio! Público así obliga, y González anómalamente menos comunicativo que otras veces, es de suponer por la apertura de gira, se volcó.

Con un escenario de lujo, enmoquetado en rojo fuego, y un instrumental de escenario inmenso (¡12 guitarras!) y de cinco estrellas (incluyendo un pedal steel o un vetusto Hammond y un tipo al mando, Julián Maeso, idéntico al Richard Manuel de The Band, incluso en sonido), Quique estuvo dos horas revisando su cancionero; el 'Daiquiri blues' del neón de coctelería trasero casi en su totalidad, pero también incluye en el programa original hasta temas de 'Personal', su lejano primer disco. Sin duda cada uno echará de menos algunas otras, como por ejemplo una de las primeras instantáneas estilísticas que le definieron, con su luego habitual visión tan cinematográfica, y ese tono crepuscular (pero con final no siempre infeliz) de la vida, el amor, la fortuna o el paso del tiempo, como un Lapido desencriptado y accesible para todos los públicos, se trata de la ausente y suscribible colectivamente 'Cuando éramos reyes'.

Casi otras treinta canciones fueron las que sonaron, impecables, a cargo de un grupo armado en torno a las guitarras de David Soler (conocido jazzista todoterreno catalán), que ocupa la plaza de nombres tan lustrosos como David Gwynn o Javier Pedereira. Y lo hicieron con brillo y arreglos muy gustosos, que colorean y visten de gala canciones que en su origen son mucho más lineales. La ambientación del equipo tiende a la "americana" en sus diversas posibilidades, y ofrecen una modulación más amplia que en otras ocasiones a la hora de generar presión. En la mitad del concierto se despojó de sus acompañantes para solo, "complacer peticiones" (en fin: ¡una dama, algo desubicada le pidió 'Santa Lucía'!), despachando el tramo con 'Lo voy a derribar', 'Polvo en el aire', y una versión al piano de José Ignacio Lapido, 'Algo me aleja de ti', todo un detalle reverencial, también revelador de que va teniendo edad de llevarse las letras escritas ya que el público tuvo que recordársela. Acto seguido el invitado fue Miguel Ríos, con el que mantiene una relación bidireccional que le acerca un poco más a esta ciudad "que nunca me ha fallado", dijo, cerrándose ese círculo amigable con Luis García Montero. 'Bajo la lluvia' fue el tema que hicieron a medias, antes de encarrilar un final robusto e impecable con 'Campeón', 'Salitre' y 'Restos de stock', (una copla que le regaló a Miguel Ríos para el que es su último disco de estudio 'Solo o en compañía de otros').

Tuvo que salir el madrileño en dos ocasiones, para un par de bises confeccionados con caras "a" y también "b": 'Reloj de plata', 'Vidas cruzadas' o 'Miss camiseta mojada'... y poner un punto final con parada y fonda en el veterano 'Hotel Los Ángeles'. El que la sigue la persigue, pero al final, también la consigue. Es tiempo de cosecha que diría Neil Young.