JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 24/01/2011

A los malos tempos buena cara. Eso debieron pensar los que compraron la entrada para el estreno discográfico de la PICCOLISSIMA JUG BAND, agotándolas días antes de la noche del concierto. Una buena noticia para una entusiasta formación de músicos previamente bien trotados y que han encontrado en este formato una disfrutable propuesta con espacio por delante.

Como bien dijo el presentador, el chispeante Javi Parra, se mueven "entre lo antiguo y lo vintage", que es lo mismo pero no es igual. (Luego se superaría Parra con un memorable "¡no es Lapido todo lo que reluce!"). La Piccolissima Jug Band ha buscado y encontrado en un resultón sonido natural, "orgánico" que se dice ahora, de cuerda y músculo, el marco ideal para que el meneo punta-tacón no pare en dos horas. Acuden a músicas de hace un siglo o más, que se hacían para divertirse y compartir cuando no había nada, ni una radio de galena, que pudiera desviar la atención entre el tú, el yo y el nosotros. Viejos ritmos europeos y americanos, de calle y cantina, músicas emigrantes de chato de aguardiente y golfillos robacarteras, más propias de viajes transatlánticos en el séptimo sótano del Titanic que de un vistoso teatro capitalino (donde reside El Capital se entiende). Pero de lo otro ya no queda.

Con un cuidado atrezzo de época que haría las delicias de Cornejo y cía, el trío/cuarteto base pasó por ese filtro básico de guitarra-contrabajo-banjo y sección de kazoos no sólo piezas clásicas de museo de la isla Ellis, sino que también adaptan al vértigo deslizante del swing material ajeno, en fondo, tiempo o lugar, que como Beatles, Creedence, Perkins, etc., suenan igual a fiesta de curtidos estibadores en la taberna del puerto. Para el estreno se presentaron rodeados de amigos y compañeros: la Potato Head Jazz Band, Pecos Beck y Quini Almendros, como podrían haberlo hecho con una big band entera, una orquesta de Dixie completa o las Four Women Gospel invitadas; todo cabe en la alegría burbujeante de su(s) música(s).

Ni que decir tiene que el público se lo pasó en grande y tan solo la inclinación alpinista de las gradas del antiguo Máiquez impidió que terminasen todos bailando, que era de lo que se trataba, que para eso se inventó el swing.