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Fiel a su costumbre el cuerpo principal de la noche fue una inmensa zona de improvisación de una hora larga sin interrupciones.
Hace cinco años que sabíamos que a SHORTER hay que ir, que él no viene, y el tiempo parece haber reforzado esa forma de tocar. Se va a él o se va uno a la calle (que los hubo ¡en palcos!...), porque ninguna de sus apariciones llega ya masticada. El concierto inaugural de la presente edición del Festival de Jazz de Granada rozó el cielo, el hiperespacio y, siendo Shorter, llegó un poco más allá. Para bien o para menos bien, ya que requería una concentración absoluta para no perder el hilo de lo que sucedía en el escenario.
Contra la leyenda (y sus propias palabras) el grupo estuvo casi cinco horas probando, toda la tarde previa al concierto, bien es cierto que, más que ensayando, calibrando posibilidades técnicas dado que el concierto se grabó íntegro para una probable edición, y poniendo también a punto a la baterista Terri Lyne Carrington (ya la conocíamos con Hancock) recién incorporada al equipo en lugar del explosivo Brian Blade. Curiosa su situación, hasta física ya que pianista, contrabajista y saxofonista estaban juntos en apenas diez metro cuadrados, y enfrente de ellos la batería de Carrington. Por cómo la felicitaron (merecidamente) al final, igual para el siguiente concierto la acercan un poco más.
Fiel a su costumbre el cuerpo principal de la noche fue una inmensa zona de improvisación de una hora larga sin interrupciones, donde aseguran haber revisado el temario de 'Beyond the Sound Barrier' y 'Footprints live' sus dos directos más recientes, que a su vez eran construcciones instantáneas y deconstrucciones de lo ya conocido. Volaron sueltos y libres pirueteando con ese sexto sentido genial que les permite mantener la formación aun cuando se muevan por pasillos sonoros diferentes, tocándose de vez en cuando en arreglos pactados y aterrizando sincronizadamente si se tercia. Si la memoria no falla (que lo suele hacer) su primera visita por aquí se recuerda más densa que la de anoche, potencia de veta que este año sonó adelgazada y con pasajes desengrasados hasta casi el minimalismo. Nada que añadir a lo dicho por todo el mundo sobre la complicidad entre Danilo Pérez (menos "chickcoriano" que de costumbre) y un Patitucci rápido, locuaz e intenso, con el patrón; llevan diez años juntos y el juego de miradas entre ellos lo decía todo, como que daba la impresión de que el panameño ha cogido más responsabilidad y reparte juego a la vez de que llena el teclado de travesuras, y hasta humoradas. El mismo concierto con Blade hubiese sonado algo menos serio, porque la Carrington se concentró como en unas oposiciones, mientras que al de Luisiana le recordamos más corporativo y menos tenso. Y uno añadiría al equipo al técnico de sonido, entusiasta colaborador desde la penumbra que saltaba por la mesa de control y tenía un efecto para cada nota que sonaba.
El maestro trabajó sobre todo el tenor, cogiendo solo al final el soprano y aunque quedan lejísimos los tiempos en los que soplaba el preceptivo 'Blues March', a pesar de la edad no le falta ni el empuje de entonces, ni la velocidad o la audacia para lanzarse sin red, incluso físicamente tambaleante, la cabeza la tenía años luz del Teatro Isabel la Católica. Creatividad y control a partes iguales, en paquete o por separado, todo un curso de las posibilidades de esa música que "todavía se llama jazz", parafraseando al trompetista que dentro de una semana ocupará el mismo escenario, el fantástico Nils Petter Molvaer. Hasta el infinito y más allá ¡siempre!
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Prometemos no ponernos pesados... ;)
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