JUAN JESÚS GARCÍA  |  Almuñécar (Granada), 24/07/2010

JAMES CARTER es un personaje curioso, puesto que si es uno de los instrumentistas más carismáticos de su generación, con un dominio inapelable de sus herramientas de trabajo, es un artista cuestionado por su gusto en ocasiones exhibicionista y con tendencia a la pirotecnia. Acaso el continuo entre esos dos extremos no sea más a una estrategia, porque Carter, así, da lo suyo a los que saben lo que quieren, y epata a los que no tienen por qué saberlo. Lo que no admite duda es que sabe sacarle un buen solo hasta al palo de la fregona si se lo propone.

A Jazz en la Costa (que sigue con los "sold out") vino con sus viejos colegas de Detroit: el organista, aquí pianista, Gerad Gibbs, el acalorado baterista Leonard King (a quien recordamos de noches con Paquito D'Rivera), o al bonachón bajista Ralphe Armstrong (en cuyo orondo envase cuesta reconocer al que estuvo en los mejores discos de Zappa), con el añadido de, piruetas del destino, el trompetista Corey Wilkes, sustituto en Art Ensemble of Chicago del fallecido Lester Bowie, precisamente el que fuera descubridor de Carter. Todo un caso para el doctor Freud.

Una sabia banda, perfecta para sustentar el enciclopédico quehacer de este saxofonista, que si por la noche tenía una "master class" en El Majuelo, por la tarde las dio particulares tocando, gratis y al sol, en el peñón de Cotobro. Desde el primer momento de 'Chant In The Night', la composición de Sydney Beckett con la que comenzaron, se pudo comprobar que el concierto iba muy en serio, con una banda lanzada en tromba y un líder diabólicamente poseído por el soprano.

Carter se mueve, sobre todo ya en la mediana edad, camino del respetuoso clasicismo de sus mayores, a los que reverencia en fondo y forma, pero intermitentemente recupera las crisis de epilepsia free como para no perder de vista una juventud más extremista. Echar un vistazo al programa escogido, con piezas del gitano Reinhardt, el mencionado Beckett, Ronald Kirk, Ellington, o su admirado Don Byas, descubre, como buen nacido, su culto a sus antepasados; otra cosa es luego cómo los hace sonar, algunos completamente deconstruidos entre chirridos desasogantes o... todo lo contrario. Un irreconocible 'Nuages' de Django fue la cara B de la hermosísima 'In a sentimental mood', que no por escuchada una y mil veces deja de conmover, sobre todo tocada con exquisita delicadeza por esta fiera que se puso garras de goma para interpretarla con la ternura exigida. Aplíquese lo mismo a la bella balada 'Song of Delilah'.

Coleccionista de instrumentos y también mecánico que afina y repara los suyos, es capaz de susurrar con la misma ternura que hacer rugir su tenor, dialoga consigo mismo a dos voces como la niña del Exorcista, suena como un bebé llamando a su madre o como el Titanic pidiendo auxilio, realiza llamativos juegos de respiración circular, percusiones, slap... y domina las llaves como un cerrajero patibulario las suyas. Está claro que los instrumentos de viento no tienen ningún secreto para él, y no se reprime en demostrarlo, como recuerdan sus críticos. Si bien hay que reconocer que para el gran público esos momentos pueden rozar la epifanía.

Carter se acercó a las dos horas de concierto casi sin interrupción porque manifestó, con esa actitud de hiperactiva tímida arrogancia (o viceversa) que le caracteriza, que prefería actuar sin pausas para no perder la concentración, y así apenas paró hasta dar las gracias en perfecto español. Los que le oyeron en sesión de tarde aseguran que fue incluso mejor; es lo que tiene la pública.