VALLE  |  Madrid, 10/02/2020

A lo mejor hay esperanza. Mi hijo no entiende que yo esté contento con su 6 en matemáticas y no tanto con la misma nota en literatura. Me lo ha echado en cara cuando me he molestado porque no se acordaba que Antonio Machado es de la generación del 98. El caso es que, a sus 16 años, ya no puedo dibujar en su mente porque es más listo que yo ni tampoco perfilar su cuerpo porque, sin duda, él es más fuerte. Sin embargo, pese a que es un chico noble y bueno, aún creo que puedo colorear su alma. No estoy enfadado con él. Lo que me ocurre ya lo definió perfectamente el mismo poeta: "no extrañéis, dulces amigos, que esté mi frente arrugada: yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas". Lo que me pasa es que, con lo acelerado que va el mundo y frente al bombardeo de información, a veces no encuentro los colores. No entiendo que se desligue la poesía de la música cantada, que ésta, con la digitalización, haya perdido todo valor y ya casi no forme parte de la cultura y que no haya nuevos referentes. Sí, referentes. No sé explicar este sustantivo pero su significado queda claro cuando, volviendo a la conversación con mi hijo, él dice: "¡pero si a ti el que te gusta es Lorca!". Y yo contesto: "me gusta Lorca pero Machado es Machado". Tal vez, esto venga de mi amiga Kina, nuestra experta en arte, que afirma: "a mí me gusta El Greco pero Velázquez es Velázquez". Esos son los referentes, los que solo se definen consigo mismo. En el terreno que nos ocupa hoy, el de cantautores, a mí me gusta Sabina pero Serrat es Serrat. Y fue Serrat quien resucitó a Machado y nos lo trajo más vivo que nunca en su obra de 1969. Ahora, durante la celebración del 4º ANIVERSARIO DE INDUSTRIAS BALA el pasado viernes 31 de enero en la sala Siroco de Madrid, ha sido la mágica cantautora Sofía Comas la que nos deleitó con el poema 'Los olivos' del autor de 'Campos de Castilla' cantado magistralmente. Ella fue la encargada de romper el hielo y brilló en toda su actuación presentándonos su próximo disco 'El verano será eterno'. Un álbum lleno de pasión que en sí mismo es una elegía que muestra el duelo por la muerte de su padre, que transforma el dolor en belleza, la ausencia en nostalgia y el triste adiós en eterno encuentro. Sofía Comas, en lo instrumental, demostró sus dotes con el teclado usando perfectamente unos efectos que nos envolvieron en su mundo. Un mundo con maravillosas composiciones poéticas que me hacen seguir teniendo esperanza. Además de la referida 'Los olivos', pudimos disfrutar, entre otras, de una impresionante 'Silencio en el nido', de 'La avenida' (con letra de Sol Salama) y, con el único acompañamiento de las palmas de un público entregado, de la canción homónima al disco que saldrá en marzo, 'El verano será eterno'.

Meritxell Neddermann asumió con templanza la difícil tarea de mantener la intensidad en la que Sofía nos había embargado. También al teclado pero con un repertorio en inglés, un rollo más chill out, con más swing y toques de jazz, esta barcelonesa nos presentaba su nuevo proyecto en solitario (esta vez sin su hermana Judit) transportándonos con esa excelencia como pianista y esos matices de voz al mundo de sus bellas creaciones como 'Inside', 'Lannisters', 'Ready' o 'Story' y despidiéndose triunfante con una gran canción en catalán llamada 'Ja no vull'.

Después le llegó el turno a Julieta 21, el proyecto en solitario del músico y vocalista José Pérez que, junto a su guitarrista Antonio Fuentes, nos ofreció una parte de su repertorio que, al ser en acústico, perdía sus rasgos indies que pasaban a ser rockeros. Letras íntimas pero con trazos espaciales y dimensionales, una voz popera que me recordaba a la de Guillermo Porcel de La Granja y las ganas de transmitir, configuraron una actuación que divirtió al público congregado. Lo que pasa que, en mi opinión, hay que meter la quinta marcha cuando has llegado a 90 km/h porque si lo haces antes, pierdes potencia. En ese sentido, Julieta 21 se anticipó un poco al impulsar la fuerza y, a veces, la emoción y el sentimiento quedaron descompensados. Aun así, disfrutamos bastante de temas como 'Contacto', 'Déjalo pasar', 'Dios te salve' o 'Revelación'.

Quizás, el que más está sonando de los artistas que actuaron en la presentación de Industrias Bala es Tucho, el pseudónimo de Toño Villar, que no decepcionó nada en la sala Siroco. Con una atractiva voz de esas que se escucha el aliento y caen escurriéndose, mucho dominio de la cadencia y unas canciones muy personales con estrofas casi blueseras y toques folk que, sin ser pretenciosas, ofrecen unos textos profundos, Tucho nos enamoró. Empezó fuerte con un tema importante para él que impactó mucho, 'El miedo', y tras deleitarnos con 'La marca' o 'Nunca volverá', terminó entre el público interpretando con devoción una estupenda 'El lobo gris'.

El broche final de esta magnífica gala de celebración lo puso un juglar hortero que torpedeaba su guitarra clásica y con inquietantes palabras cantadas desgarraba jotas y todo tipo de fábulas folclóricas. Alberto Acinas asombró a todos los asistentes con su actuación. Original, divertido, irónico, excéntrico y existencialista, desgranó temas, sobre todo, de su penúltimo álbum. Así, disfrutamos de 'El curandero', 'En este pueblo', 'Fantasma', 'Muros' o 'El péndulo'.

Para concluir, solo me queda expresar un enorme agradecimiento a Juan Santaner, director de Industrias Bala, que encabeza este proyecto con prometedores artistas en el que la poesía vuelve a tener un lugar destacado junto a la música. Una apuesta fuerte y reflexiva en el casino de una sociedad superficial y acelerada. Una gota de lluvia en el desierto que me hace mirar al cielo y pensar que... a lo mejor hay esperanza.