JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 22/12/2019

Soleá Morente no tiene límites, acaso por eso los busca en el poema de Valente ('Sé tú mi límite') con el que se estrenó con PRADO NEGRO, un proyecto "menor" en cuanto cantidad y paralelo a todas las historias ya paralelas desde que se dio a conocer. Que negando la geometría oficial no se unen en el infinito sino mas cerca, y así en Prado Negro aparecen nombres próximos a otras de sus peripecias: Pájaro Jack y Napoleón Solo.

Terminando el otoño, Prado Negro llenaba la sala de exposiciones del Museo de Bellas Artes de Granada dentro del programa MUBEA, y como corresponde a esta estación, deshojándose en un concierto acústico sin sección rítmica, ni monitorización, para ofrecer su pequeña incursión en la poesía musicada, objetivo esencial de esta idea. Y con apenas el acompañamiento de una guitarra y un teclado leve, flauta, pandereta y las palmas reverberando en el alto techo de la sala, esas adaptaciones sonaron muy cercanas a cómo debieron hacerlo por primera vez.

Decía el polifacético Jaime Bertrán que se trataba de aproximar la poesía a un lenguaje pop contemporáneo. Y sí, si los poetas soñaban como apuntó Celaya con que Paco Ibáñez los musicara, esta operación casi siempre ha estado en manos de los cantautores en un registro diferente al de Prado Negro, aunque cabe recordar el muy reciente trabajo de Quique González sobre García Montero o algunas cosas del Hilario Camacho más rockero (sobre Machado o Ginsberg) y sobre todo el gran legado de Aguaviva, sin duda el más cercano por su amplitud de miras al argumentario de este quinteto, musicando lo que cantan los poetas andaluces para alentar "la invasión de los bárbaros del Sur", como proclamaba un encendido Juan de Loxa en uno de sus discos.

Como recortados a tamaño real sobre el cuadro de la despedida de la familia de Boabdil tras ellos, Prado Negro fue un regalo sin embalar para los asistentes, los más rápidos, ya que se llenó en un santiamén el aforo. Porque pocas veces los escucharán con tal naturalidad, sin hojas, a mayor placer de la golosa voz de Soleá y su delicioso lenguaje gestual (¡de ella se dijo que eran los brazos que mejor se movían del pop!), cantando o recitando, delicada y jonda, emocionada. "Aquí se respira una energía muy especial", dijo; siempre sonriente y palpitando la canciones con sus manos en alto. Así, sin más abrigo, uno percibe el recuerdo, no ya de los mencionados Aguaviva desflamencados y más frescos ('Lenguas de fuego'), el poso coheniano ('Más de mil palabras') o el rastro de Los Módulos en la cola de 'Europa', matices casi imperceptibles en la grabación definitiva. Fondo de armario de un proyecto que se antoja completamente imprescindible dado el nivel literario del pop español. ¿Para la primavera? ¿La Alfaguara?