JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 29/07/2019

El PARAPANDAFOLK, a pesar de su modestia presupuestaria, se ha atrevido a realizar algunos proyectos muy ambiciosos siempre de resultados espectaculares. Pasó con la actuación de María del Mar Bonet y la Sinfónica de Atarfe, el de Eliseo Parra y Coetus y, aprovechando la audacia de la Banda Municipal Villa de Íllora, el año pasado la unieron a Highlanders y en la edición de este año, tras una semana intensiva de ensayos, a los navarros Mielotxin. La unión concluyó en un concierto digno de muestras de mucho mayor fuste (el mismo director ya dijo que el Parapanda se hace con la mitad del presupuesto de catering del Festival de Música y Danza de Granada).

La versión Big Band del cuarteto que dirige Iñigo Aguerri, con casi sesenta músicos en el escenario, fue un lujo que el mismo grupo reconoció dando un caluroso agradecimiento al equipo que dirige Miguel Ángel Valenzuela. Fue, para ellos también, como pasar de la tele en blanco y negro a la de color, de las dos dimensiones de la ruidosa impresora Amstrad a la tridimensional. Y así lo gratificó también el público con una gran ovación final al esfuerzo y la dedicación de ambas formaciones.

Mielotxin trabaja las músicas populares de Navarra, desde la zona más alta y euskaldun a la maña más baja, por eso cantan en euskera y castellano, por eso van de las ezpatadantzas a las jotas. Material que ellos amplían con temas propios inspirados en la casuística rural o sus viajes, como un bellísimo instrumental dedicado a una niña de la calle de Uganda llamada Manuela. A la grandiosidad de la partitura, con momentos de una fuerza demoledora, y la riqueza instrumental de la banda (¡con un chaval de apenas ocho años en los timbales!), Mietloxin añade audiovisuales que ambientan cada pieza y con grabaciones originales de época, como las que abrieron las interpretaciones dedicadas al trabajo del musicólogo americano Alan Lomax (a quien dedican su último disco) y que también pasó por Granada con sus magnetofones. Hubo pasajes de enorme potencia evocadora, casi cinematográfica, otros tan divertidos y pizpiretos que sugerían imágenes de animación, y mucha comunicación, sobre todo comunicación, verbal también. Y es que Iñigo Aguerri contagia su entusiasmo al público y a sus compañeros con un discurso encendido, tan pedagógico como efusivo, aportando gracia e información muy valiosa para entender la trastienda centenaria de cada pieza. Algunas llenas de picardía, otras irreverentes e iconoclastas y la mayoría amorosas, temas habituales en la música tradicional desde que la inventó el hombre de Orce (o Atapuerca) con dos huesos.

Se escucharon jotas de ronda, y navarras, danzas de los valles Baztan y Roncal, coplillas recogidas ya en las lindes con Aragón y composiciones donde curas, alguaciles, monjas, enamorados u oficios extinguidos (los almadieros de los Pirineos) son los protagonistas. Piezas redimensionadas a proporciones sinfónicas que compusieron un extraordinario concierto de apertura del programa central de un Parapandafolk a punto de cumplir los treinta años.