DAVID R. SANTORO  |  Granada, 30/07/2018

Los dos temas del nuevo single que presentan INDIANÁPOLIS desde la capital granadina, 'Polonia' y 'Domingo', gozan de las mismas virtudes de que gozaban los temas de su anterior 'Indianápolis EP', del 2017. Aunque la grabación que nos ocupa, realizada en El Refugio Antiaéreo, ha salido ganando con respecto a aquella primera.

Si en su primer EP hacían del comedimiento y el buen gusto virtud, aquí parecen convertirlo ya en marca de la casa. Eso sí, sus temas, algo inofensivos en una primera escucha distraída, ganan enteros con repetidas audiciones. En ambos temas suenan elegantes y algo lánguidos, lo que no actúa en detrimento de unas canciones de arreglos sutiles, como el fraseo y las cuerdas al final de 'Polonia', crónica no obvia de desamor, con referencias locales incluidas. Otro gran tema del pop, el desencuentro con este estúpido mundo, alimenta la hermosa lírica de 'Domingo'. Como en la música, en ninguna de sus letras parece faltar la porción necesaria de emoción e inteligencia: el apartado lírico es probablemente uno de sus fuertes.

Vemos a la banda ambiciosa y preparada, sobre todo teniendo en cuenta su juventud (19 años de media, quién los pillara), y que su nacimiento como banda tuvo lugar el año pasado, tiempo que han aprovechado magníficamente puliendo su concepto en directo tocando (y grabando) más que bien.

De la amalgama de bandas que citan como influencia (en un espectro estilístico bastante amplio), encajan sobre todo con los artífices de pop elegante con sustancia: citan, entre otros, a Le Mans, Simon & Garfunkel, Beatles, Battiato, Maga o Maria Arnal i Marcel Bagés. Incontestable. Y si luego su música parece un nuevo y espléndido eslabón de una cadena que parece arrancar en los inevitables Planetas, bueno, tampoco hay nada que reprochar.

Subrayaremos, por si acaso, la necesidad de no confundir cierta suavidad en las formas o elegancia con blandura o falta de fundamento, que no es el caso. Aunque ya a finales de la primera década de este siglo empezara a cambiar el paradigma del indie tal y como lo conocíamos (con el single 'Que no' de Deluxe, o con el álbum 'Un lugar en el mundo' de Vetusta Morla, quienes para bien, para mal y para peor abrieron descaradamente el melón del "no solamente no me importaría ser mainstream, si no que me encantaría", con consecuencias a veces dramáticas, y lo que nos quede) seguimos necesitando de la audacia, en sonido y actitud (como en el indie primigenio anglosajón de los 80, el que dio sentido al término -y, amigos míos, esto no se trata de nostalgia-), antes de que Izal y compañía terminen por convertirse definitivamente en el relevo de los cantantes melódicos que hacían esa canción romántica (¡) que tanto gustaba a nuestros padres (y abuelos).