JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 11/11/2017

Hace dieciséis años, cuando el pianista JACKY TERRASSON tenía treinta y cuatro años, el arriba firmante escribía que era "un potente músico hiperdotado que utiliza su portentosa técnica para explorar el lado más poético y romántico de su instrumento". Fue en su primera visita de las cuatro veces que ha venido a los escenarios granadinos, cinco con la del pasado sábado, así que es uno de los músicos a los que prácticamente hemos visto crecer aquí, desde aquel lirismo "hiperdotado", que mantiene (de ahí lo del muy afrancesado "pianista del amor") a una expresividad volcánica, y todo puede forma parte de la misma pieza, como todo su concierto puede entenderse como un continuo de su magistral formula de deconstrucción y rearme de temas todos en uno, acaso con pausas sólo para que se enfríen los martillos del piano. Su sentido global del jazz incorpora dentro, como una infinita colección de matriuscas sonoras, todo tipo de referencias populares, estándares, y hasta a Michael Jackson llegado el caso, que llegó.

Nacido en Francia aunque descubierto para el jazz en los Estados Unidos, Terrasson está considerado como uno de los mejores pianistas continentales. La conjunción entre el virtuosismo del teclista con la convivencia con los socios habituales de su trío -fórmula que como ya leyeron aquí le apasiona- hacen que sus actuaciones sean un prodigio de compenetración musical de la que se ha escrito que es un "diálogo" más que un concierto. Centrados en el escenario y muy apretados, como si estuvieran en una habitación de ensayo, el contacto y la inmediatez de la comunicación entre los componentes de un grupo fue continua. Terrasson gesticula vehementemente, suspira y grita casi como si le diera la corriente en cada tecla, y más en el acústico que en el Rhodes (¡que sí tiene toma de tierra!), mandando claves continuamente a sus compañeros como hace el bailarín de tango en la espalda de su pareja.

Con un 'My Funny Valentine' saliendo desde el silencio, al que volvería repetidas veces como su fuera una nota más, arrancó un concierto tan recordable como los suyos anteriores. El pianista germanofrancoamericano pareció relajado y en absoluta libertad, dando forma a lo que tocaba con la apariencia de estar jugando, probando combinaciones y melodías con mucha elasticidad, añadiendo, quitando, haciendo que su piano (al que agradeció su complicidad al final) sonase una caja de música segundos antes de casi maltratarlo o tirar de sus vísceras en un conjunto de dinámicas continuas y extremas a veces.

Contaba aquí cómo le gustaba tunear los estándares, a su manera, y su adaptación de 'Take five', reconocible ya al buen rato, es buena muestra de ello, como el 'Caravan' que le siguió. Piezas suyas fueron los dos momentos más concretos, 'My church' y el sublime tema que dedicó a su fallecida madre, 'Mother', de una emotividad superlativa. Si hace años frecuentaba alguna sala de cine ('Jeux Interdits' recuerdo) ahora convirtió el chaplinesco 'Smile' en una pieza plena de swing sobre su feliz melodía. De la fluidez con que entra y sale en tiempo e intenciones póngase como último ejemplo que en la misma intervención puede llegar recordando la inmortal canción que cantaba Judy Garland en 'El Mago de Oz', y despedirla, sin solución de continuidad, por el 'Beat it' de Michael Jackson.

Ya entonces concluíamos que anotaran en su agenda su nombre. Tres lustros largos insistimos, y en mayúsculas, y subrayado en rojo, por si hay una sexta vez.