JUANJO LÓPEZ  |  Barcelona, 22/11/2011

Había ganas de encontrarse con el chileno PATRICIO GUZMÁN en el 18è Festival de Cinema Independent de Barcelona. Una pequeña sala de la Casa América no era precisamente el mejor lugar para recibirle y mucho menos para proyectar parte de su obra.

La excusa: compartir dos documentales de enfoques bien distintos. En el primero Guzmán viaja al reencuentro de una ciudad que ama sin ser la suya. En el segundo son otros quienes se aventuran a viajar y descubrir nuevos lugares bajo la inspiración de Jules Verne. El primero es muy personal, el segundo más trabajo de campo.

La doble sesión se inicia con 'Madrid' (2002), documental artesanal que se alimenta principalmente del enorme cariño que el director conserva hacia la capital española. El texto, narrado en primera persona con irónica ingenuidad, nos encandila y arranca una sonrisa que permanece hasta el final.

Guzmán rescata el Madrid todavía mágico de finales de los noventa. Al contemplarlo uno se pregunta dónde habrá ido a parar la ingenuidad que tiempo atrás delataba a Madrid como pueblo grande. Las grandes ciudades andan flojas de carácter y empiezan a parecerse demasiado entre ellas. También le pasa a Madrid aunque algunas luces intermitentes indiquen lo contrario.

'Madrid' es un retrato minúsculo en intenciones y mayúsculo en resultado con el que Patricio Guzmán nos encuentra las cosquillas de la nostalgia. Además sirve para renovar nuestra vieja amistad con esa ciudad "invivible pero insustituible".

Con la exhibición del segundo documental, 'Mon Jules Verne' (2005), el director santiaguino provoca en el espectador una repentina curiosidad sobre el escritor francés más traducido de todos los tiempos. Guzmán inicia un viaje en el imaginario de Verne a través de distintos personajes que se inspiraron en los cuentos del escritor para sus propios desafíos.

El inicio tiene demasiada pinta de tesis doctoral, pero el tono se va relajando con el paso de los minutos. A mitad de documental uno se pregunta cuál es la ruta de viaje y por qué el director da por sabidos ciertos aspectos de la vida y obra de Verne. Habría bastado con bajar el mito a la tierra.

El tramo final del filme es un canto necesario al ejercicio de la imaginación y la prueba fehaciente de por qué Guzmán es un documentalista imprescindible. Si hay que imaginarse un viaje, lo ideal sería embarcarse con un pasajero como don Patricio, capaz de llevarnos a muchos sitios sin salir de una habitación.