JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 25/10/2011

Habían sonado en un par de ocasiones para ir probando el rendimiento en directo, y el sábado ya por fin LOS PILOTOS hicieron su presentación "oficial" en el espacio que intermitentemente se reserva la música dentro del Festival de Jóvenes Realizadores de Granada, este año en "versión extendida" con la recoleta carpa Pista Sonora que simultáneamente al dúo de Banin y Florent inauguraban los costeros Plastic Frostick Machine (el domingo continuaban los excelsos Matilda).

Como el año pasado, con Lagartija Nick, Los Pilotos pusieron a prueba la condiciones acústicas del vetusto Teatro Isabel la Católica llevándolas al límite; la conclusión sigue siendo la misma: que no hay en la ciudad un espacio con semejante categoría. Con un volumen altísimo, cero reverberaciones, sonido natural... situados ellos a ambos lados del escenario (precisamente los mismos puestos que ocupan en Los Planetas, que un grupo debe ser como la cama y siempre se coge el mismo sitio), y en el centro una construcción con recortes en relieve para la proyección en tres dimensiones, pero de las de verdad. Sin olvidar esa penumbra de concierto "braile" apenas penetrada por la luz rebotada de la pantalla y que rememora aquellos viejísimos conciertos de la psicodelia fundacional y los acid-test recién nacidos. Ni que decir tiene que ahora todo se sirve en seco, faltaría más.

Aunque aparentemente Los Pilotos vuelan lejos de la órbita planetaria, una vez que se rasca un poco no andan tan lejos. El inagotable ritmo "motorick" de Klaus Finger que contamina a ratos todo el concierto y es la base de piezas enteras como 'Cero en Blanco' ya lo experimentaron (en versión de clausura) en el mini 'Cuatro palos'. Algo parecido ocurre también con 'Nemotorix' o 'Amazona', que admitirían con mayor apertura de la llave de la distorsión un cambio de repertorio. Sin embargo, también hay cierto lirismo en algunos pasajes que serían intransferibles, un punto de romanticismo en las guitarras (¿tipo Durruti Column?) que funcionan como remanso para la relajación total (literal, se pueden dar ejemplos con nombres y apellidos) porque no todo son ritmos automáticos en la cabina de pilotaje.

Floren y Banin (y otras cinco personas más en la trastienda) tumban la melodía original y empiezan a cubrirla con mantas de sonidos, sintéticos mantras redundantes y estratos de sonidos hipnotizantes, que se macizan y en los que hay que hacer un esfuerzo para entrar, y descubrir por ejemplo ese punteo prístino o aquel detalle añadido al fondo, porque aunque remezclados con dureza podrán ser recios bailables de madrugada, todas sus intervenciones apuntan más a la cabeza que a los pies, a la evocación, el vuelo sin motor, la sugerencia interior (la exterior en pantalla admite mejoras) y no abandona en ningún momento la bondad pop. Interesante para según qué momentos e imprescindible para videoartistas y programadores musicales de exposiciones.