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Los Dardenne acaban dando otra emocionante lección de cómo contar muchas cosas con muy poco.
Los adultos tendemos a confundir edad y madurez con una facilidad pasmosa. Nos convencemos de no estar arrastrando a nadie con nuestra actitud cuando en realidad hacemos sufrir a quien más nos quiere y, por tanto, a quien menos lo merece.
Pocos directores aciertan a ahondar en la naturaleza y la crueldad que supone este tipo de confusiones con la misma precisión que los hermanos Dardenne, como demostraran sobradamente en sus anteriores 'La promesse', 'Le fils' y la estremecedora 'L'enfant'.
En 'LE GAMIN AU VÉLO' el director bicéfalo ahonda nuevamente en los orígenes de esos jóvenes que pertenecen a una sociedad que los aísla con eufemismos ("menores problemáticos") al tiempo que los trata como pequeños delincuentes sin remedio. Porque siempre es mejor querer entender que quedarse con la mentira suprema del "hay gente que es mala porque sí".
Aquí el damnificado es Cyril, un niño de once años que busca en bicicleta a su padre pero no hace más que chocar con la inmadurez bárbara del mismo. La cruzada de Cyril se hace angustiante y efusiva desde las primeras escenas. El pulso de la cámara es brusco y torpe como el camino errante de un joven que recibe sin piedad golpes secos y directos en la zona más blanda de su inocencia.
"No sueño nada", clama Cyril para defenderse ante la posibilidad que el encuentro con su padre no sea como había soñado. El tacto que tienen los hermanos belgas con su protagonista es tierno y acertado por frío, aséptico y carente de juicios. Si falta cercanía entre los secundarios y el protagonista es porque efectivamente los adultos no hacemos otra cosa sino alejarnos de la inocencia, simbolizada aquí en la bicicleta del niño.
El padre la vende pero el niño consigue recuperarla antes de iniciar un viaje en el que intentan robársela, tiene algún pinchazo y hasta le empujan para que caiga. Cyril trata de refugiarse en su bicicleta pero no le dejan y cuando prueba a subir a la de un adulto apenas acierta a pedalear. Al narrarlo el simbolismo parece tonto. Al contemplarlo se vuelve hermoso.
En el primer acto el niño y su bicicleta tienen un horizonte fijo y bien marcado. En algunos momentos del segundo el eje parece desviarse y las ruedas desinflarse, pero un cambio de marcha lo corrige justo antes de entrar en un tercer acto que se gusta y se hace gustar.
Los Dardenne acaban dando otra emocionante lección de cómo contar muchas cosas con muy poco. Sería bueno que los estudiantes de cine se fijaran un poquito más en este tipo de historias que dejan poso con personajes bien construidos y trama contenida. No sólo de superproducciones vive el cine. Menos mal.
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Prometemos no ponernos pesados... ;)
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