VICKY PEINADO  |  Madrid, 20/08/2011

Laila Ripoll pone en pie la versión de José Ramón Fernández de 'LA ASAMBLEA DE MUJERES' de Aristófanes para la 57 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y ahora reestrenan en Madrid en el Teatro Compac Gran Vía.

El hilo argumental de la obra original se mantiene prácticamente íntegro, pero a tenor de algunos de los elementos del vestuario y de la banda de música, la acción se sitúa en los años veinte, aunque poco más que esa estética es lo que hace que a duras penas lo situemos en esa época.

La comedia de Aristófanes toca temas de plena vigencia, como la mejora del sistema democrático y las soluciones que se pueden aportar a los problemas que devienen de ella. El papel de la mujer en una sociedad que, aún hoy, sigue estando dominada por los hombres. Algunas de las tesis y posturas que se proponen en el texto son ingenuas y utópicas, como la propiedad comunal, y desde ahí debiera deducirse la hilaridad, además de por las situaciones de enredo típicas de la comedia, fórmulas sobradamente probadas que siempre funcionan. Pero el montaje no consigue la comicidad ni a través de una cosa ni de la otra. Los actores defienden como buenamente pueden un código manido y unas escenas estereotipadas dentro de la comedia al uso dirigida al gran público. Desde el principio, la puesta en escena huele a astracanada rancia. El humor chusco (pedorretas incluidas) y el chiste facilón (vieja quiere beneficiarse al joven y hermoso mozo) no convencen desde el minuto uno. La interpretación de Isabel Ordaz se limita a los clichés preestablecidos por la actriz en conocidos personajes televisivos, sólo que la exageración se redobla con aspavientos estudiados especialmente para las tablas. Uno no sale de su asombro durante las casi dos horas que dura el espectáculo, esperas que la acción de un giro en cualquier momento, pero el tiempo pasa y nada de lo esperable ocurre. Se agarran al cliché sin escuchar en ningún momento al público que no les acompaña en un camino que de seguro no les es sencillo a los intérpretes. El tono agudo e histriónico saca en todo momento de la acción principal, haciendo que el espectador sólo pueda fijar la atención en los pequeños scketches pretendidamente divertidos que se suceden durante todo el desarrollo y que no pasan de ser chascarrillos y pullas entre hombres y mujeres, repletos de tópicos mal abordados.

Una pena, que el intento de recuperar el fresco humor de un clásico que, sin duda, sigue funcionando aunque aquí no se logre, se quede en agua de borrajas y deje en el paladar un regusto tan amargo.