JUAN JESÚS GARCÍA  |  Íllora (Granada), 02/08/2011

MIGUEL CADAVIECO será el nombre más recordado de la vigésimo primera edición del Festival Parapandafolk de Íllora. El rabelista supo, con su simpatía y arte, quedarse con la mayoría del par de miles de espectadores que, sobre todo, se desternillaron con su rapidez mental la noche de despedida de la muestra.

Pero la velada comenzó mucho antes con la presencia del juglar Javier Tárrega, que ha estado durante toda la semana recorriendo la comarca haciendo revivir esa figura itinerante que en su momento era como Ideal ya que contaba lo ocurrido, fuese la muerte de la Pineda o, puesto al día el índice, la pena ante un gran almacén de un consumista compulsivo sin crédito.

El recorte monetario dejó al grupo de CARMEN PARÍS (en la foto) en Zaragoza. Pero la maña no se arredra por tan poca cosa y además tiene muchos tiros pegados sin mayor compañía que ella misma. Se supo suelta y muy arropada por el público, también por sus virtudes comunicativas, su lengua suelta y una personalidad de rompe y rasga. Como no podía ser de otra manera, esta vez fue "el abuelo" Labordeta quien fue señalado cariñosamente por su paisana, que comenzó en su honor a capella con la estremecedora 'Albada de la ausencia' del viejo profesor. La París dejó en Cuba las trenzas y se ha soltado la melena, nada figuradamente; así que buena parte de lo que tocó fueron canciones de ese 'Incubando' feliz que se trajo de allí y que fue premio de la música incluso. Pilotando un piano sorprendentemente jazzy, también envió un beso musical a la Pradera con el 'Te solté la rienda', "que cantaba ella como nadie aunque yo le he dado un buen viaje", confesó. Su energía interpretativa y su irreverencia afectó también a canciones como 'Distancia espeluznante' (¡una amorosa fantasía cuántica!), la 'Jota Mora' (tuneada y rehecha de retales) o 'Agua de correr' y un 'Mediterráneo' serratiano sin mucho "viaje" que alterara su inapelable perfección. Acabó la noche montando un djembe y recordando las míticas andanzas africanas de los aragoneses de cuando el desastre de Annual por lo menos.

Sin más que su pequeño rabel y la habilidad infinita de Marcos Bárcena (del grupo Atlántica), el cántabro Cadavieco fue el "final feliz" del festival. Ambos han trabajado un concierto en el que hay música norteña, folclore, reels celtas, romances de ciego, tocadas de rabel y solos de guitarra memorizada... pero que despierta la simpatía primero, pasando por la sonrisa y la risa después, para llegar a la carcajada y casi la anoxia cuando desabrocha sus facultades repentistas, improvisando sobre lo que tiene a la vista con gracia, desparpajo y buen humor. Estuvo sembrado, tanto en las formas medievales como en atrevidas versiones armadas sobre la marcha de Antonio Vega, Siniestro Total o Dylan, desde las que demarra a toda velocidad sobre sus ocurrencias. Y que no acabaron cuando se apagaron las luces y desmontaron el escenario, sino al alba, me imagino que con los protagonistas del trasnoche dylaniano dirigido por José Carlos Morales... y ya "llamando a las puertas del día". Genio y figura.

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