ONOFRE BOUVILA  |  Íllora (Granada), 01/08/2011

Hace un año exactamente Enrique Morente daba un espectacular concierto a beneficio de Amnistía Internacional en el Parapandafolk, fue su última actuación en Granada. Los tableros del mismo escenario contagiaban el respeto y el temblor del recuerdo a las voces que esta vez ocupaban el mismo sitio, un año después y a la misma hora: MAYTE MARTÍN y JUAN PINILLA.

Antes de que ellos se estremecieran por la responsabilidad, la velada flamenca del Parapanda se abrió con los recitados de los poetas Álvaro Quintero, Manuel Saborido y Sara Castelar, participantes en el encuentro de folk y poesía que se celebra en paralelo al festival.

Los dos son Premio "Lámpara Minera" de La Unión, pero aquellos a los que les cuesta discernir en el flamenco los brillos diferentes y la personalidad de cada artista, tienen en Mayte y Juan dos formas equidistantes, completamente distintas e igual de embriagadoras de interpretar.

La catalana y el de Huétor tiene perfiles diametralmente opuestos, ella mirando hacia adentro y él hacia fuera, una más que intimista, interiorista, sentida narradora con un tiempo propio, aliada con el silencio y sin concesiones; y Pinilla expansivo, explicito, gran maestro de ceremonias, erudito y con don de gentes. Ambos sintieron el pellizco de la celebración, miraron hacia atrás y Morente les observaba desde el gran telón trasero y, ay, emotivamente se le arrimaron por granainas como tributo. Juraría que el Morente de lona miró a Labordeta, a su lado, y el "abuelo" le guiñó.

Mayte Martín tiene un estilo de ser y de cantar grave e intenso, ajeno al exterior, salvo cuando los niños del fondo despistaron su (re-)concentración. Fueron muy aplaudidos sus fandangos y más aún su célebre 'Vidalita' de Delia Rodríguez, llena de matices y ausente de su repertorio habitual, como dijo. Ahí le pidieron algún bolero, pero ella prefirió la luz habanera, esa claridad de ida y vuelta de unas cascabeleras guajiras, para habanear de nuevo con unos tanguillos finales rematados ¡por don Antonio Machín! para sellar su "compromiso" con Íllora. Mención especial merece la transparencia del pulcro guitarrista Juan Ramón Caro, casi más cerca del trazado cristalino e impoluto de un músico clásico que de un tocaor al uso.

Lo de Pinilla (en la foto) es una apuesta siempre a galgo ganador. Su llegada al oyente tiene ya proporciones víricas y no hay antibiótico que lo detenga. Igual utiliza a Verlaine, a Lorca o Chavela, que revive letras prehistóricas o la que ha escrito en el mismo camerino un minuto antes; y como es bien nacido, reverencia a sus mayores, sea el "Ronco del Albaycín", Manuel Vallejo o los ilurqueses Fernández. Se apoyó en las palmas, jaleos, segundas y primeras voces de Encarni y Fita Heredia y el sentimiento fluido de Luis Mariano con la guitarra para este homenaje que el Festival ha hecho a maño y granaíno, "símbolos de la libertad en la música y en la vida ambos" dijo, y haciendo gala de esa libertad levantó a su gente, y se marcó unas definitivas bulerías, incluso envenenado ya él mismo bailando al final. Era previsible, el millar de espectadores le despidió en pie, brazos en alto y con las palmas de las manos juntas.