JUANMA CANTOS  |  Madrid, 13/07/2011

Veranos de la Villa 2011 va dejando pequeñas joyas en forma de conciertos. Es grato ver cómo un recinto tan grande como el Escenario Puerta del Ángel se llena de gente para asistir a un concierto de jazz. Pero, si quien está sobre el escenario es un músico tan contrastado y dotado técnicamente como WYNTON MARSALIS, no es de extrañar la expectación despertada, y mucho menos si viene rodeado por una big band tan espectacular como la THE JAZZ AT LINCOLN CENTER ORCHESTRA (JLCO).

Marsalis, que, en principio, aparecía como reclamo en el cartel, se sumergió entre los músicos de su banda para ocupar el puesto que realmente quiere ejercer en ella, y que no es otro que el de un discreto primer trompeta, no el de un solista al uso, por lo que su situación en escena, encabezando la sección de trompetas (en la correspondiente tercera fila de la nómina de quince músicos) sorprendió a más de uno (sobre todo a los fotógrafos que, desde el foso, esperaban la salida en "plan estrella" de este genio contemporáneo para inmortalizarle en sus tarjetas de memoria). No fue así y, ya digo, desde la tercera fila, coordinó -más que lideró, en el sentido estricto de la palabra- una big band absolutamente impresionante. Un "no va más" en el respeto de las actitudes clásicas de las bandas jazzísticas, de cuando el jazz se creó para bailar.

Pero vamos por partes. Pese a un comienzo algo titubeante por Duke Ellington (no es fácil echar a rodar a una banda tan numerosa, si bien, cuando se echó a rodar... ¡no hubo quien pudiera pararla!), los quince magníficos en escena dejaron bien claro el ideal que Marsalis ha plasmado en ellos, y que no es otro que el respeto más absoluto por el clasicismo y, por qué no decirlo, cierto desdén por las vanguardias post-bop, free o avant garde. Pero, bien pensado, ¿no es ese el verdadero espíritu de una big band? Está claro, al menos por lo visto durante el concierto, que ese es el camino.

El concierto empezó a tomar la forma adecuada con el segundo de los temas, la delicada e incluso sensual 'The tree of freedom', del propio Marsalis, con su rítmica arabesca, el protagonismo de las flautas traveseras y de un pandero que el baterista Ali Jackson percutía con avidez. Sensacional el solo del saxofonista Ted Nash y bonito el juego de zapateos y palmas de sus compañeros de primera fila.

El aroma a las big bands de antaño volvió para no irse en toda la noche, y eso que la banda se movió en terrenos cercanos al blues como en ese 'I left my baby' o, cómo no, por entre patrones más modernos como con el 'Inner Urge' de Joe Henderson o, directamente, tirando hacia la bendita locura de Thelonius Monk en 'Ba-lue Bolivar Ba-lues-are?', lucida por el solo de trompeta de Kenny Rampton.

Con 'Armando's Rumba', de Chick Corea, el público terminó de entregarse, gracias a la desinhibición que provoca el toque latino de la composición y, cómo no, a solos como los del contrabajista Carlos Henriquez, quien, junto al pianista, el solvente, recatado y para nada "buscador de glorias" Dan Nimmer o los tremendos saxofonistas Victor Goines, Sherman Irby y Joe Temperley, mostraron la amplia gama de matices que músicos de su nivel pueden ofrecer.

Terminado el concierto, Marsalis no quería irse tan pronto y regaló, en formato sexteto, un par de bises de los que quedan grabados en la retina y en el tímpano, liberado por fin de la tensión del concierto, haciendo constantes bromas a sus acompañantes, sumergido totalmente en el sonido de su Nueva Orleáns natal y logrando que los asistentes le despidiesen, entre una cerrada ovación, coreando el estribillo de 'All the girls go crazy about the way I walk' mientras se marchaba del escenario caminando... a su manera.

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