JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 10/07/2011

Cada año Hungría cuenta con el privilegio de incluir en la programación del FEX un nombre. Dutar, Tüz Lángja y los inmensos Kerekes Band (estos en el Parapandafolk) han sido algunos de los escasos nombres que nos han llegado de aquel país. Ahora gracias al FEX y al apoyo de la embajada húngara, la cantante Renáta Csöke (que fuera la voz de Dutar) ha recorrido la provincia con varias actuaciones, algunas con gran recibimiento de público, otras no con tanto. Almuñécar, Íllora, Granada y Caniles albergarán la música de este cuarteto de... jazz, porque en realidad es jazz de club lo que tocan.

Partiendo de un repertorio tradicional de canciones, baladas en su mayor parte, de origen gitano, Renáta y sus acompañantes vienen a hacer algo parecido, salvando las distancias, a lo que ha hecho durante algún tiempo el pianista gaditano Chano Domínguez: adaptar canciones populares al lenguaje jazzístico. A diferencia del trabajo mencionado, el de los toros, las lunas y demás, Renáta canta, lo que hace aún más atractivo, y en principio chocante, el resultado, ya que el jazz cantado en zíngaro (supongo) merece un par de audiciones para que se decante; aunque al rato de estar escuchando ya parece natural, no tanto como el inglés fundacional pero al menos sí como el español, el francés y mucho más que el alemán por ejemplo. Eso sí, cuando ella, de voz recia y potente y esa evocación a Radio Bucarest (en Onda Corta, todo una referencia en tiempos del franquismo ya que desde allí se emitían los espacios de Radio España Independiente) que sugiere el idioma con su peculiar pronunciación y arabescos, improvisa y escasea, se muestran unos asideros para entrar en el mundo que el cuarteto crea. También de por allí eran las grandes orquestas de jazz centroeuropeas del este, así que no debe llamar a sorpresa el excelente nivel de los componentes del equipo, así como su clasicismo: a destacar el solismo del guitarrista Roland Ferenczi, estándar como Montgomery, señorial como Pass y con el ataque de distorsionado como Hendrix en los picos. A pesar del anunciado pedigrí de los originales, no hay fiesta ni banquete, más bien recogimiento y una tensión emotiva de ida y vuelta, presentada con un formato de intimidad y la cercanía en escala de grises de un club de jazz alrededor de la medianoche.