Texto: Eduardo Tébar.
La historia de Tom Waits resulta buen material para una canción. Vino al mundo en la parte trasera de una camioneta en Pomona, un suburbio de Los Ángeles, con las lluvias de diciembre de 1949. A los 24 años, cuando publicó su primer disco, había peregrinado por los locales más sórdidos de la América nocturna y demostraba dotes para cantar como los mayores. La voz aguardentosa de Waits marca la personalidad de una discografía inclasificable, entre la tradición y la vanguardia, salpicada por sus incursiones cinematográficas y teatrales. En cambio, su faceta personal, así como sus idearios de creador, se encuentran en un compartimento privado: un arcano difícil de desenmascarar por los seguidores.
El libro 'Tom Waits: conversaciones, entrevistas y opiniones', publicado por Global Rhythm, recopila tres décadas de semblanzas, opiniones y conversaciones aparecidas en periódicos y revistas. También charlas con el músico El vis Costello y el cineasta Jim Jarmusch. Páginas confesionales que retratan al autor de esas ficciones truculentas, repletas de personajes marginados en la algarabía de sonidos de tabernas y pensiones.
Entrevistar a Tom Waits no es fácil. Dado su extremado hermetismo, resulta un hombre sólo accesible para un reducido círculo de amistades. "Champán para mis verdaderos amigos, profundo dolor para quienes creen serlo y me avergüenzan por su hipocresía", le espetó a un periodista. Tales encuentros con la prensa tienen lugar, en gran número de ocasiones, en tugurios de comidas baratas, cerca de su casa al norte de California. Waits suele personarse en una furgoneta vieja y embarrada.
En los setenta, Tom Waits se inició en la figura de cantautor romántico 'neo-beatnik. Escribía y entonaba como un borracho, pero apenas sobrepasaba la edad legal para bañar su garganta en bourbon. Aunque fue en la década siguiente cuando perpetuó sus discos más populares y, a la vez, extraños. Álbumes experimentales como 'Swordfishtrombones' o 'Rain dogs', grabados durante la diseminación de papilla sintética en los ochenta, hoy dejan en evidencia a las producciones coetáneas y siguen sufriendo tenaces intentos de imitación. Una mezcla volcánica de rock primigenio, jazz de entreguerras y devaneos con músicas europeas colindantes, sin despreciar polcas o rumbas. Al combinado, Waits añadía todo tipo de utensilios que simulaban percusiones o pianos. Heredó estas excentricidades de su venerado Harry Partch. "Creo que todas las canciones deben contener tiempo meteorológico, nombres de calles y de ciudades, y deben tener un par de marineros, con ruidos de ambulancias, ecos amortiguados en las paredes y el transistor distorsionado del vecino", confiesa.
Además, en 1980 contrajo matrimonio con su colaboradora Kathleen Brennan. Una unión fructuosa: tres hijos y la autoría conjunta de proyectos alabadísimos por la crítica hasta la fecha. Desde entonces, Waits se colocó en el mapa de la interpretación. En sus flirteos con la industria del cine ha trabajado con Coppola, Jarmusch, Jack Nicholson, Roberto Benigni o Meryl Streep.
Y el espectáculo continúa con papeles invertidos: la actriz Scarlett Johansson ha iniciado su carrera discográfica por medio de un cancionero de versiones de Tom Waits. Mientras, el músico de traje oscuro lanza joyas regularmente. Todavía abrasa la caja de tres compactos incendiarios que divide en 'Brawlers' (camorristas), 'Bawlers' (camorristas) y 'Bastards' (bastardos). Para él, "la música es como la escuela: quieres verla en llamas".
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