E.E.U.U.
Director: Lasse Hallström
Intérpretes: Robert Redford, Jennifer Lopez, Morgan Freeman y Josh Lucas
Después del redescubrimiento de Lasse Hallström para el cine americano, tras un paso exitoso por Suecia, incluido un Oscar a la mejor película extranjera y un par de nominaciones premonitorias, la inclusión en el cine americano ha sido un problema de altibajos, con ¿Quién ama a Gilbert Grape?, Las normas de la casa de la sidra, Chocolat o Atando cabos como banderas fílmicas. Los directores europeos en Hollywood están destinados, hoy en día, a desnaturalizarse por los encargos alocados que destrozan a los importados, humillándolos con el poder del dinero. Pero Hallström ha sido una excepción, consiguiendo un estatus de autor por su manera personal y literaria de narrar sus historias. Demuestra un tono continuo de su obra bajo un amargo romanticismo encubierto por circunstancias adversas y con personajes un tanto marginales que se alejan de los marcos habituales utilizados por la industria. Y la Academia le aplaude como si se tratase de una revelación. El sueco se lleva actores y técnicos europeos para organizar su cine con presupuesto americano y ellos lo agradecen. ¡Qué cunda el ejemplo!.
Chocolat retoma un tono dickesiano, muy perdido en la historia del cine de la segunda mitad XX. Para ello ha concebido un cuento con comida mágica, malos, buenos, enanitos cocineros, caperucitas rojas y, por supuesto, el errante del que se debe enamorar. A través de la fábula de una madre soltera y nómada que llega a un pueblo francés de los cincuenta que rompe la monotonía y la tradición represiva a través de sus irresistibles bombones. En Como agua para el chocolate o El festín de Babette ya se barajaban hipérboles poéticas para sacar los poderes mágicos del alimento bien elaborado y realizar conquistas con los prodigiosos manjares. Aquí se vuelve al detalle chocolatero para llegar al alma de las personas a través de su estómago y estos caracteres son complicados de narrar en cine, aunque con el estilo mágico de Hallström todo es posible.
Dentro de un reparto coral, donde tanto el sector revolucionario como el conservador tienen su filosofía y su importancia, se desarrolla, en tono de parábola, una comedia romántica de tintes insurrectos. Gracias a un guión hábil y bien escrito, con voz en off y vientos mágicos que traen grandes cosas como corresponde a los cuentos, podemos entrar en un mundo donde no hay pequeñas historias de decepciones y pecados. Todo narrado con la mano hipnótica del director sueco que afronta una historia tan prudente con el contraste desenfadado de una leyenda.
Tras el excelente ejercicio de estética y la complejidad de guión, la parte romántica, con gitanos errantes como es la lógica de la leyenda, queda muy por debajo de esa mirada a lo Dickens, tal y como ocurriera en Las normas de la casa de la sidra. Otro pequeño matiz negativo es el alargado y esperado final, que se exagera en demasía. Narrada a través de un personaje principal, que a su vez es tratado por el narrador, ejerce de elemento continuador en varias historias diferentes que componen el collage, pero sin perder nunca de vista esos pequeños tics dramáticos en una historia protagonizada por pecadores y penitentes. Por supuesto, la estética utilizada por Hallström no deja resquicios y si una perfección clasicista paralela a aquellas Cadenas rotas que dramatizaban entre el amor y lo fantástico.
Con el realizador enamorado epicúreamente de Juliette Binoche, a quien exhibe su alma y centra la mirada de su visor, también se enamora el resto de los espectadores, a pesar de no ser una mujer de una belleza exultante. No existe la película donde haga una mala interpretación. Con ella un serial de secundarios bien ajustados dentro de su pellejo, excepto Alfred Molina a quien se le da carta libre para sus pequeñas exageraciones que no desentonan al ser el malo del cuento.
Lecciones europeístas que deben asumir todos los retrógrados pagadores de entradas del gran continente. A través de los estómagos se puede llegar a cambiar a una población entera. Una idea como ésta no es apta para los hacedores de películas, más propicios a niñatos universitarios o a romances acaramelados con impresión de postal de cinco duros. ¿Qué sabrán ellos?
Rafa Rus
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