EE.UU. Director: Rob Minkoff Intérpretes: Eddie Murphy y Terence Stamp
Caras simpáticas, risas por otras risas, movimientos corporales de indudable pericia contorsionista y diálogos de besugos son cualidades de Eddie Murphy, un cómico que siempre protagoniza héroes que arremeten contra todo. Murphy salió del grupo de Saturday Nigth Live para lanzarse al cine y lleva dos décadas en el candelero, aunque con altibajos. En los últimos años, a pesar de su fama, no había conseguido los éxitos de antaño. Gracias a sus continuas clonaciones de personajes, ha quedado destinado a ser una estrella de vídeo club. Pero lo malo no son sus películas, que lo son, sino la estela de discípulos y copiones que ha dejado por el camino. Su última vergüenza es La mansión encantada, donde se tendrá que ver con un buen puñado de espíritus infográficos.
Hasta ahora el cine de Murphy se había resumido en él mismo, en sus gracias y chorradas que hacían las delicias de un espectador que pedía precisamente la exageración como medio. Pero en la sucesiva repetición de gags y la pobreza de éstos ha logrado que su carrera se venga abajo. Para La mansión encantada se nos ofrece un rosario de efectos especiales como ambientación para una mezcla de terror y humor más propia del cine industrial de los ochenta que del siglo XXI, por supuesto fuera de la imaginación necesaria para narrar una historia tan enrevesada como los chistes de su protagonista. La historia se vuelve espectáculo por estar sometida a los efectos digitales, pasando Murphy a un segundo plano en muchas fases del filme. Eso no beneficia a un desarrollo normal del argumento y La mansión encantada se desinfla nada más comenzar.
El trabajo director no cuenta, y el de la productora ha generado un film endeble, carente de toda gracia a pesar de los esfuerzos del comediante de color. El público que adoraba a este actor no es el mismo y La mansión encantada ofrece una clonación de una sorna de esas películas de grandes caserones con una historia peculiar. Queda a medio camino entre la comedia, el terror ilógico, el cine de acción y la sinrazón del espectador americano que va al cine a que le tomen el pelo con una cosa (no se le puede llamar película) como ésta. Por supuesto Murphy tiene toda la libertad para ejercer los mohínos con sus estrujado personaje, aportando todo el histrionismo a la misma bufonada que sus compañeros venidos a menos. El yo existencialista que abarcaba todo en los productos anteriores de Murphy han dejado paso a una anormalidad cinematográfica basada en los efectos de ordenador. Se ha tocado fondo y nos seguimos ahogando. Como la ley que lleva su apellido: mientras más alto estás, más incompetencia tienes.
Rafa Rus
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