E.E.U.U.
Director: Renny Harlin
Intérpretes: Stella Skasgärd e Izabella Scorupco
El fin del milenio propició que Hollywood sacara punta al terror psicológico, un género perdido en los noventa que requiere destreza, imaginación e inteligencia. Las grandes estrellas se apuntan al carro para hacer películas vacías, desposeídas de todo contenido y tendentes a una estética facilona que se basa en sustitos del que está detrás de la puerta. Así nace la cuarta parte y precuela de El exorcista, que lleva el subnombre de El comienzo.
Todos nos acordamos de los giros de geta de Linda Blair en contra de una iglesia castrante que la quería sacar del feliz infierno. John Frankenheimer tenía que ponerse tras la cámara para dirigir esta precuela, pero murió. El proyecto se lo quedó Paul Schrader que lo rodó. Los productores, cuando vieron el producto final, vieron que no había excesiva sangre ni violencia. Contrataron al ínclito Renny Harlin, depurado director de cosas de acción que lleva con el norte perdido mucho tiempo. Este volvió a rodar el noventa por ciento del metraje. La comercialidad por delante.
Es la ley del espectáculo, el más difícil todavía. Pero esto no es el circo, aunque Harlin y los productores piensen lo contrario. Un aberrante argumento, que consiste en mezclar el Equipo A con El exorcista, rebasa todos los límites de la inteligencia y crean un film plano en su concepción. En la forma ya no podemos asombrarnos al escoger el camino del vídeo clip hereditario de la estética triunfante en este tipo de bodrios que pretenden horrorizar, con cambios de plano de plano constantes y una atmósfera que pretende ser asfixiante sin salir de un límite espacial marcado por una excavación, que no sirven para nada si lo que se busca es una estética rebuscada y rimbombante.
Con una carencia total de sentido, centrándose en la creación del terror a través de la duda de los personajes, cae en un abismo de confusión al convertir la cinta en un carnaval de despropósitos acelerados que dejan el nudo argumental en un mero pasaje para terminar con una traca. Un aburrido pesar se apodera de las andanzas del Padre Merrit, que no pueden acceder a una mirada seria y consecuente, como debería dominar en este género.
Con toda la vistosidad requerida para esta comercialidad sosa y tontorrona, el género del terror se ha convertido en el cachondeo fílmico más inclasificable y el clásico El exorcista se convierte en una cabeza visible de otra saga intragable. William Friedkin abrió el paso en 1973, pero también lo cerró gracias a los borreguiles intentos baldíos de la industria para copiarse a sí misma. Uno abre y todos detrás, pero la artesanía no se adquiere mágicamente. Ahora el diablo no suelta improperios a los pobres sacerdotes, sino que se sitúan en los despachos de ejecutivos americanos que juegan a hacer cine.
Rafa Rus
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