Texto: Rafa Rus
Filosofía cinematográfica
Algunos autores han querido comparar el cine con un teorema que Platón postuló en su escrito de "La República". En aquellas líneas el filósofo griego decía: "Los hombres son como unos prisioneros encadenados en una caverna subterránea, donde la luz penetra por una abertura hecha en la parte de alta y detrás de ellos. Esta luz es producida por un fuego, que no pueden ellos percibir, porque las cadenas les impide moverse y volver la cabeza. Entre el fuego y los cautivos y delante de la abertura hay un camino, y a lo largo de ese camino un pequeño muro, sobre el que aparecen objetos conducidos por hombres que pasan por detrás. La sombra de estos objetos se refleja sobre el muro de la caverna, que miran los cautivos. Éstos pensarán que esas sombras son realidades; y si se produce dentro de aquella prisión un eco siempre que alguno de los transeúntes hable, ¿no creerán los cautivos que son las sombras mismas las que hablan?".
Platón se refería al primer estado del alma, verificándose por los sentidos. Evidentemente esto ha sido caldo de cultivo para los teóricos del cine que ven en este símil un parecido con el cine. Entre ellos Alejo Carpentier se atrevió en uno de sus artículos del año 1957 para el diario "El Nacional", cuando se hallaba en el exilio en Venezuela, a la comparación: "Quien adquiere un ticket en la taquilla, penetra en una sala ya a oscuras, y se instala cómodamente ante una pantalla donde, como en la caverna de Platón, habrá de contemplar una imagen ilusoria de la realidad; quien asiste a una proyección cinematográfica ignora, en la mayoría de los casos, la cantidad de trabajos, contratiempos, recapacitaciones, accidentes - a veces cómicos - que se totalizan en la realización de una película...".
Estas sabias palabras no eran sino el comienzo de un artículo que contaba lo que fue un día de rodaje para Vincent Minelli y Kirk Douglas en la campiña francesa mientras intentaban recrear el espíritu del trazo de Van Gogh en El loco del pelo rojo. Pero sus palabras llegan más allá del significado real. Cuando termina un film, el espectador suele, excepto personas respetuosas o interesadas, levantarse mientras que la música fluye sobre unas letras que tan solo parecen ser nombres que dejan de ser anónimos para pasar a una posteridad que tan solo será saboreada por ellos mismos. Es evidente que los vericuetos para hacer un film son muchos, demasiados. Y todo para conseguir el engaño que hace que los espectadores estén delante de aquellas sombras de ellos mismos.
El arte del engaño es, sin duda, la causa principal para la existencia de un film. El público acude con la esperanza de que le sean contadas historias. Los que quieren parecer de dramas llorosos se llevan clínex para que sus instintos sean saciados; los que pretenden emociones fuertes se alargan para conocer lo que es el terror, el horror y los más lanzados el gore, que es una mezcla de todo con sangre, vísceras y muy poco presupuesto. Hasta aquí se produce una contradicción que afirma que el ser humano tiene una fuerte vertiente masoquista.
Narrar lo que nadie puede narrar es la esencia del cine. Cuando éste nació como arte tuvo que recoger impresiones de la realidad como espectáculo. Pese a estas imágenes simples los espectadores salían corriendo cuando la cámara plasmaba la llegada de un tren que por desconocimiento creían real sin saber que se encontraban en el interior de una caverna oscura que tan solo proyectaba sombras. Cuando empezó a fabricarse historias, el primero que se dio cuenta del poderoso poder de engañar fue Méliès, que con sus ilusionismos y trucos de laboratorio distorsionó la realidad.
Toda película importante es una máquina muy difícil de armar, pero que una vez dotada de todas sus piezas esenciales, comienza a funcionar, con un ritmo arrollador, pese a las lentitudes de la filmación propiamente dicha. Nos atrevemos a pensar que no es tan solo las importantes, sino también las pequeñas obras las que necesitan un motor compuesto por dichas personas para tal fin. Un montón de hombrecillos trabajando durante tres meses para tener el resultado final de una historia mentirosa.
Al final, como aquellos pensadores que buscaban la génesis del Universo, fueron intentos vanos gracias la existencia de una vida epicúrea que disfruta de las pequeñas cosas. Nosotros disfrutamos del cine aunque sea mentira.
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