Texto: Manuel Piñón
Foto: Archivo
Esta noche (20 de mayo), Quique González presentará en Granada las canciones que componen su quinto álbum , "La Noche Americana". Será en la sala Industrial Copera.
En este nuevo álbum, desdramatizando y manteniendo intacta su política de autor de barrio, dice que es más bien peliculero. La noche americana es además del término técnico para definir la nocturnidad simulada, la película de François Truffaut que documentaba su obsesión por el metacine. Pero hay más. Quique González, que hasta ahora se había revelado como espléndido atleta del rock, corredor energético en sus discos más expansivos (Personal y Pájaros Mojados) y gran fondista (Salitre 48 y Kamikazes enamorados, donde se atrevió incluso con la prueba de campo a través); apuesta en La noche americana por el cine pugilístico. La atmósfera que tema a tema compone transpira el sudor del género.
Cuando tras innumerables problemas con la industria, huyó hacia delante, hacia la independencia total, ya entonó un gritó de guerra batallador: clamó a los cuatro vientos en una inspiradora carta que a partir de ese momento "pelearía a la contra". Con lo primero que se boxea es con la cabeza, eso lo dice cualquier coach que se precie. Así que desde Kamikazes enamorados Quique González ha aprendido a aprovechar el impulso de sus golpes de talento, beneficiándose de una técnica como escritor de canciones cada vez más depurada.
Hay muchas películas de boxeo, algunas de ellas las menciona o las invoca sutilmente en La noche americana. A pesar de que él es de los que crecieron contemplando el auge y declive de Rocky, Cuerpo y alma, de Robert Rossen -el director de El Buscavidas-, conecta de un modo mágico con la épica de este disco. Es la historia de un luchador que descubre que sus puñetazos sirven a intereses espurios, y emprende un desgarrador combate para mantenerse fiel a sí mismo. La protagonizó en 1947 John Garfield y la escribió Abraham Polonsky, perseguidos por la caza de brujas del senador McCarthy al igual que Rossen. La novelista Belén Gopegui escribió una vez que Cuerpo y alma era una película "para infundir valor". El mismo efecto tienen las nuevas canciones de Quique González.
LAS CANCIONES
"Tener encaje sin perder empaque", reivindica desde Hotel Solitarios. Preservar la dignidad frente a la tentación de convertirse en insoportable campeón del mundo. En un universo en el que abundan los triunfadores de lo obvio, en el que asegura en la divertidamente rabiosa Justin y Britney que hay demasiadas canciones prefabricadas, demasiados idiotas con acento rancio que "están trabajando en elliiooo", Quique prefiere militar en la liga de los antihéroes. Prueba a imaginar a los que habitan El campeón, una historia con moteles, sueños rotos, bares de carretera y rubias a la espera de una oportunidad. Son personajes que siempre ha definido bien. Ahora necesita concretar menos para plasmarlos. En 73, una canción que llevaba algún tiempo prometiendo, documenta con una sobriedad desarmante la dramática desaparición en su barrio de la generación inmediatamente anterior a la suya. Un recuerdo de adolescencia, el de una noche de hogueras de San Juan, le ayuda a evocar la memoria de "los primeros en saltar por encima del fuego", todos aquellos que cayeron como moscas por la heroína. Aparte de un lúcido y poético rescate, ofrece una eléctrica y sucia explosión que encantaría al mismísimo Jeff Tweedy de Wilco. No sería lo único; muchas canciones se han enriquecido de un proceso de deconstrucción similar al del Yankee Hotel Foxtrot de la banda de Chicago.
¿Será casualidad, o La noche americana hace alusión a la definitiva inmersión de Quique González en el territorio del alt-country, de la Americana? Hay alguna otra prueba que podría confirmarlo. Sin ir más lejos, Alhajita, una añeja canción de Manuel José Castilla y Eduardo Falú que cantó Atahualpa Yupanqui y que se mueve en las fronteras por las que suelen deambular Caléxico.
Hay además rock insolente, como en Hotel Los Ángeles, recuperando la vena setentera y stoniana que se le echaba de menos desde hace un par de discos. Días que se escapan contiene una de las mejores letras que Quique González ha escrito jamás. Una perla: "Días que se escapan de las manos/ corren como coches robados/ días que brillan sobre piso mojado".
¿Estaría pensando en Matthew Sweet cuando escribió Cien motivos? ¿O quizá en Ron Sexsmith? En sus canciones siguen estando sus clásicos favoritos -Tom Petty, Van Morrison, Neil Young, Bob Dylan, Steve Earle, etc.-; pero la discoteca de Quique González ha crecido y eso se nota. Nunca ha tenido la necesidad de sonar "moderno", pero tampoco está obsesionado con escribir sobre los guiones pautados por los grandes. Muestra personalidad incluso eligiendo a los invitados para sus grabaciones, estilísticamente distintos pero unidos por una misma sensibilidad y entrega. El hombre que ganó el Oscar con Al otro lado del río, el uruguayo Jorge Drexler, cantó días antes de irse a Hollywood en Me agarraste, consiguiendo una combinación de una enorme dulzura. Una casualidad: en una línea del estribillo cantan "al otro lado del puente".
La gente de Quique González brilla una vez más poniendo su talento al servicio de las canciones. La complicidad e intuición de los músicos de la banda (Joserra Sanperena en el piano, Toni Jurado con registros muy distintos a la batería, Jacob tocando el bajo, Carlos Raya haciendo del virtuosismo de sus guitarras marca de sencillez y buen gusto...) alcanzan en Se equivocaban contigo un momento de tal arrebato emocional que sólo cabe la despedida, la ovación imponente que debería cerrar el disco. José Nortes comparte de nuevo labores de producción con Raya, con la novedad de Richard Dodd, pope de Nashville solicitado por Johnny Cash o Tom Petty, masterizando.
En La noche americana, Quique González continúa su firme línea ascendente. No hay prisa por tumbarte al segundo asalto, por la vía fácil del gancho a la barbilla -y eso que el primer single, Vidas cruzadas es un temazo de lo más directo-. Quique lleva tiempo trabajándose un conmovedor, gozoso, envolvente, K.O. técnico. No te pide que te rindas; sólo que sigas disfrutando con él de la pelea.
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