Texto: Nota de prensa / Jorge Oliva.
Bunbury presenta su nuevo disco, "El viaje a ninguna parte", el viernes 2 julio en el Palacio de Congresos de Granada, a partir de las 20:30 horas.
Quien haya seguido su obra reciente, sabrá que Enrique siente verdadera devoción por el mundo del circo, por el cabaret, por una cierta bohemia canalla... Sus discos y los consiguientes cambios de registro pueden parecer obra de un funambulista ebrio dispuesto a alarmar a la concurrencia. Pero detrás de la pirotecnia ineludible en todo buen espectáculo, queda la investigación, el rehuir de lugares comunes, la búsqueda de la canción que pueda robarle el corazón al oyente. Y si uno se fija (escucha) con atención, verá que el artista se mantiene firme sobre la cuerda, que en ese constante ir y venir se define un estilo, una marca, un sello propio y reconocible en las canciones. Dicho de otro modo: los eslabones que unen "Pequeño", "Flamingos" y "El viaje a ninguna parte" (mantengamos "Radical sonora" aislado, como el disco de ruptura con el pasado inmediato que tuvo que ser), son más fuertes de lo que a priori pudiera parecer. Que el autor, cantante y productor se encontró consigo mismo mucho antes de lo que creímos... y de lo que él mismo pudo imaginar. Que, en definitiva, los saltos estilísticos no eran más que ejercicios de imaginería y debajo de ellos permanecían las canciones, con su lenguaje propio e identificable.
Hay que considerar "El viaje a ninguna parte", precisamente, como un viaje. Viaje doble: por un lado encontramos el emocional y, por el otro, el viaje físico, que se corresponde con tres viajes reales, en los que Enrique, en solitario, se fue a capturar canciones a Marruecos, Nicaragua y Perú. Finalmente, el viaje físico es una ruta musical por diferentes ritmos del continente americano. De Argentina a Estados Unidos, pasando por México, el Caribe o la música andina. Ese viaje físico sirvió para, al tiempo, ir escribiendo el otro, el emocional.
Y en este segundo viaje, Bunbury se lanza de cabeza a la tarea de hacer repaso a los daños sufridos, a las heridas, cicatrizadas o no (poco importa: las primeras con frecuencia duelen mucho más que las segundas). Ese balance del dolor en carne propia o colectiva (en algunos temas la actualidad social se cuela con toda su miseria) se tiñe de tristeza o de nostalgia, con frecuentes paradas en esa tierra de nadie (o de todos) en la que ambas se difuminan y se confunden. Pero, tras la inmersión en el dolor, emerge el ARTISTA capaz de sacarle partido al sentimiento a flor de piel; habilidoso como los grandes para aprovechar las horas bajas y que de ellas se alcen colosales canciones. Canciones, sí, de las que roban corazones. Canciones para acompañar vidas ajenas. Canciones que hacer nuestras. Canciones amigas con las que no sentirse tan solo.
Por todo ello, vestir musicalmente "El viaje a ninguna parte" requería de mimo, de cuidado. Así lo entendió Enrique y optó, en su faceta de productor musical, por buscar la inmediatez del sonido, intentando capturar la mejor toma de cada canción, sin aditamentos. Pero esto sólo fue posible después de un concienzudo trabajo de arreglos que le llevó tres meses de encierro junto a su banda, El Huracán Ambulante, antes de afrontar la grabación. De este modo, se ha logrado un trabajo que suena eminentemente natural, aun cuando el oyente avezado podrá apreciar detalles y colores musicales de gran altura. En los que, en honor a la verdad, hay que reconocer la pericia instrumental de una banda tan sólida como versátil (obsérvese, por poner algunos ejemplos, esos violines de Ana Belén Estaje; las trompetas de Javier Íñigo; el contrabajo de Del Morán; las guitarras de Rafael Domínguez...), capaz de apuntalar temas de clara esencia rockera, para, segundos después, deslumbrar con coqueteos jazzísticos o arrimarse con respeto pero sin pudor a un tango tabernario.
En esencia, para comprender "El viaje a ninguna parte", hay que olvidarse de aquella máxima que nos recuerda que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta. Que, ciertamente lo es, pero no necesariamente resulta la más emocionante, la más rica en matices, la más divertida... "El viaje a ninguna parte" opta por la ruta alternativa, por la circunvolución, porque, a fin de cuentas, tampoco busca un lugar de destino. Lo importante es el viaje en sí mismo; el destino es lo de menos.
Este sinuoso viaje emprendido por Bunbury se ha tenido que condensar en dos discos, que quizás pueda parecer excesivo en estos días de inopia cultural y estrechez musical, en estas horas de vacas flacas discográficas. Pero, las cosas son como son, como tienen que ser: los discos no son largos o cortos. Los discos son buenos o malos, arriesgados o acomodaticios, valientes o cobardes. De verdad o de mentira.
Comentario de "El viaje a ninguna parte", por Jorge Oliva.
Ya está a la venta "El viaje a ninguna parte", el nuevo cd -doble- de uno de los músicos con mayor personalidad y talento de nuestro país: Enrique Bunbury.
Este señor, que atesora a sus espaldas 20 años de carrera y más de 1.000 conciertos por medio mundo, ha sabido conciliar la tradición y la vanguardia; la nostalgia y la adicción al presente. Ha sabido imbuirse de músicas del mundo tan variopintas como el tango, el swing, el reggae, el blues, el honky-tonk o el jazz, y agitar ese jugoso cóctel con su inclasificable firma para sorprender a todo oyente que, con mente y oídos convenientemente abiertos, haya osado acercarse a su propuesta.
El camaleón errante, el rockero bastardo de padres musicales desconocidos, hace gala a sus 37 años de una evidente madurez. Aunque entre "Pequeño" y "Flamingos" está el mejor Bunbury conocido hasta la fecha -por canciones, por textos y por la banda de músicos de "El huracán ambulante" que le acompaña desde entonces-, este viaje de largo recorrido supone otra vuelta de tuerca en esa obsesión del artista, de acercarse a las raíces de músicas tradicionales de corte americano y latino.
Sólo escuchando la ironía salvaje de "La señorita hermafrodita"; el eco beatle de "El rescate"; el cálido homenaje a sus debilidades (personales y musicales) en "Los restos del naufragio" -muy Calamaro, las cosas como son-; la sugerente atmósfera de "El anzuelo" -una de las más logradas-; el hondo sentimiento en "Canto (el mismo dolor)"; el Bunbury en clave reggae en "Trinidad"; o la frescura de "En la pulpería de Lucita", uno sabe que está ante un trabajo de cierto calado.
"Que tengas suertecita" es capítulo aparte. Tal vez porque no está muy lejos de lo que fue el concepto que abrió con "Pequeño Cabaret Ambulante" y que continuó en "Flamingos". Bunbury no nos tenía acostumbrados a eso. Pero una vez te despegas rumbo al viaje del zaragozano, la cosa cambia. Y la travesía junto a este vaquero deslenguado, amante del tequila y del absenta, mujeriego con retazos de perdedor, de voz desgarrada y áspera, y "glamuroso" como él solo, se hace difícil, como siempre, pero tremendamente divertida.
Conforme escuchas las canciones te enfrentas a un salto estilístico continuado, pasando alternativamente del día a la noche, de la tristeza al sarcasmo, de la esperanza al dolor, y del optimismo al fracaso. Es, por tanto, un viaje para degustar como los buenos vinos, en pequeños sorbos para apreciar la riqueza de su contenido.
Amado u odiado hasta el extremo por exhibir sin ambages su controvertida visión del personaje en el que anda sumergido, Bunbury sigue siendo un artista incomprendido. Su ramalazo chulesco, muy aragonés, y el haber forjado su personalidad en la difícil marejada del éxito adolescente, dividen las opiniones en torno al títere tras el que se esconde. Algo que no cambiará.
Entre otras razones, porque en el fondo es un provocador nato. Y se gusta en ese papel.
Pero ese compositor comprometido, incómodo, de uñas pintadas y preconcebida ambigüedad, está lejos de la mediocridad que se ha instalado en buena parte de la música en español. Compite, como él mismo dice, en otra liga. En la liga de quienes se acercan a la música sin prejuicios y en busca de emociones. Eso es en resumidas cuentas el estilo Bunbury. El de un músico sin etiquetas, en el que el estigma de su pasado rockero se ha ido diluyendo disco a disco, para dar rienda suelta y sin complejos a la música, con una amplitud de miras nada frecuente en estos tiempos de música facilona. Asumiendo, en consecuencia, riesgos -y este disco es uno más- en pro del fin último o primero del artista: expresarse con absoluta libertad.
Bunbury ofrece algunas claves para comprender mejor "El viaje a ninguna parte".
Álbum doble
"Este es un disco de largo recorrido porque necesita de muchas escuchas. No es para escucharlo entero, por eso lo he dividido en dos; siendo 20 canciones, me parece que necesitaba tener sus paradas, tratar el disco con más calma. El cambio de disco ejerce la función de pausa."
A la búsqueda de la imperfección
"Quería un disco que expresara un momento determinado y que a nivel de producción y de lo que he querido hacer musicalmente, partiera de la imperfección y del músico tocando y sintiendo, con una voz que fuera muy cercana. La interpretación es lo más importante en este disco."
Los viajes
"En el viaje hay que intentar evitar cualquier tipo de planificación, la planificación tiene que ser improvisada, y lo más importante de todo es no tener billete de vuelta. Este tipo de viaje lo concibo únicamente como un viaje en soledad, creo que de este modo se aprovecha más."
El método de escritura
"A Perú sólo me llevé un charango, en Marruecos y Nicaragua iba con la guitarra. No grabé nada, iba escribiendo las canciones y las guardaba en la memoria, apuntaba en las letras los acordes. No grababa nada hasta que volvía aquí. Luego volqué cantidad de canciones... había alrededor de noventa para este proyecto."
El oficio de escribir
"Para mí, normalmente, componer canciones no es fácil, es una lucha contra mis propias incapacidades, me encantaría estar muchísimo más capacitado musicalmente para poder escribir mucho mejor. Afrontar un disco me resulta muy doloroso, por lo que me cuesta decir las cosas, encontrar las palabras, encontrar la música, la melodía, los acordes que deseas para una canción. Pero en esta ocasión, sin embargo, las canciones salían solas y en muy poco tiempo; hay muchas canciones escritas en diez minutos, muchas. En la mayoría, mientras escribía la letra iba escribiendo la canción. Surgió así. Todas las canciones que no han entrado en 'El viaje a ninguna parte' se van directas a la mierda; no me gusta utilizar canciones que no entraron en los discos, en 'Flamingos' también quedaron muchas canciones fuera y no las he utilizado para este. Son canciones que no llegaron a donde tenían que llegar."
La voz (y la palabra)
"Con la voz lo que pasa es que más que romperla he intentado interpretar más, no ser tan plano como lo había sido en los discos anteriores y lograr una voz mucho más dinámica, interpretando cada frase, porque hay mucho texto en este álbum Y para estar contando tantas cosas tienes que estar interpretándolas y tienes que llevar al oyente, si no es mera repetición de estrofas y termina resultando aburrido. Cantar este disco ha sido un trabajo muy bonito, pero el más difícil de cantar de todos los discos que he hecho."
El compromiso con la realidad
"Actualmente no entiendo la música sin que haya compromiso. Por su puesto creo que tiene que haber un compromiso emocional y por supuesto que acepto que una canción puede hablar de lo que ocurre en el momento. A todos nos gustan las canciones que son atemporales y que sirven para cualquier momento de tu historia o de la historia, pero también entiendo la música urgente, entiendo que los músicos tenemos que decir cosas sobre lo que ocurre en el momento. Siempre que tengamos la necesidad, no es obligatorio que todos lo hagan, pero sí me parece lícito, lógico y necesario y más en momentos como los que estábamos viviendo hasta hace poco, y que, en cierto modo, seguimos viviendo. Aunque, por lo menos, uno de los mayores problemas ya ha terminado, ya ha pasado..."
El rock
"El viaje a ninguna parte' sí tiene un pulso rockero, aunque lo cierto es que los pasos que está dando el rock no me interesan mucho. Me interesan más las raíces en donde busca el rock más explorador y quedarme directamente con la raíz en sí misma, no me interesa ni siquiera hacer rock bastardo, rock latino... En cierto modo, hasta me gustaría eliminar la palabra rock de lo que hago. Sí, porque yo soy un rockero, pero no lo es necesariamente la música que hago. 'Canto' u otras canciones de este disco ni siquiera se puede decir que tengan algún carácter rock, no tienen nada. He ido a pulirlas y a eliminar todo signo de rock. Incluso he huido de la instrumentación rock, muchas canciones del disco no tienen batería y están sustentadas por la percusión."
La canción
"Mi sueño es conseguir hacer alguna canción que se acerque a los estándares de la canción popular, me interesa lo conciso de la canción popular, de las letras e incluso lo conciso de la instrumentación. La sencillez que adquiere una grandeza impresionante, desde José Alfredo Jiménez con rancheras de esas que piensas 'qué fácil es hacer una ranchera así porque, bah, sólo son tres acordes y un tipo rimando más o menos sencillo'. Pero cuando te metes a intentar hacer una ranchera, a darle la profundidad del estandar de música popular... me parece tremendamente difícil. Es algo en lo que llevo investigando desde hace un tiempo, desde 'Pequeño', pero todavía no he llegado al grado que quiero adquirir. En todo caso, me parece que 'Canto' es una de esas canciones que puede estar cerca de ese modelo."
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