BUNBURY
"El Viaje A Ninguna Parte"
EMI
(2004)
Texto: Jorge Oliva
"Un viaje de largo recorrido"
Ya está a la venta "El viaje a ninguna parte", el nuevo cd -doble- de uno de los músicos con mayor personalidad y talento de nuestro país: Enrique Bunbury.
Este señor, que atesora a sus espaldas 20 años de carrera y más de 1.000 conciertos por medio mundo, ha sabido conciliar la tradición y la vanguardia; la nostalgia y la adicción al presente. Ha sabido imbuirse de músicas del mundo tan variopintas como el tango, el swing, el reggae, el blues, el honky-tonk o el jazz, y agitar ese jugoso cóctel con su inclasificable firma para sorprender a todo oyente que, con mente y oídos convenientemente abiertos, haya osado acercarse a su propuesta.
El camaleón errante, el rockero bastardo de padres musicales desconocidos, hace gala a sus 37 años de una evidente madurez. Aunque entre "Pequeño" y "Flamingos" está el mejor Bunbury conocido hasta la fecha -por canciones, por textos y por la banda de músicos de "El huracán ambulante" que le acompaña desde entonces-, este viaje de largo recorrido supone otra vuelta de tuerca en esa obsesión del artista, de acercarse a las raíces de músicas tradicionales de corte americano y latino.
Sólo escuchando la ironía salvaje de "La señorita hermafrodita"; el eco beatle de "El rescate"; el cálido homenaje a sus debilidades (personales y musicales) en "Los restos del naufragio" -muy Calamaro, las cosas como son-; la sugerente atmósfera de "El anzuelo" -una de las más logradas-; el hondo sentimiento en "Canto (el mismo dolor)"; el Bunbury en clave reggae en "Trinidad"; o la frescura de "En la pulpería de Lucita", uno sabe que está ante un trabajo de cierto calado.
"Que tengas suertecita" es capítulo aparte. Tal vez porque no está muy lejos de lo que fue el concepto que abrió con "Pequeño Cabaret Ambulante" y que continuó en "Flamingos". Bunbury no nos tenía acostumbrados a eso. Pero una vez te despegas rumbo al viaje del zaragozano, la cosa cambia. Y la travesía junto a este vaquero deslenguado, amante del tequila y del absenta, mujeriego con retazos de perdedor, de voz desgarrada y áspera, y "glamuroso" como él solo, se hace difícil, como siempre, pero tremendamente divertida. Conforme escuchas las canciones te enfrentas a un salto estilístico continuado, pasando alternativamente del día a la noche, de la tristeza al sarcasmo, de la esperanza al dolor, y del optimismo al fracaso. Es, por tanto, un viaje para degustar como los buenos vinos, en pequeños sorbos para apreciar la riqueza de su contenido.
Amado u odiado hasta el extremo por exhibir sin ambages su controvertida visión del personaje en el que anda sumergido, Bunbury sigue siendo un artista incomprendido. Su ramalazo chulesco, muy aragonés, y el haber forjado su personalidad en la difícil marejada del éxito adolescente, dividen las opiniones en torno al títere tras el que se esconde. Algo que no cambiará.
Entre otras razones, porque en el fondo es un provocador nato. Y se gusta en ese papel.
Pero ese compositor comprometido, incómodo, de uñas pintadas y preconcebida ambigüedad, está lejos de la mediocridad que se ha instalado en buena parte de la música en español. Compite, como él mismo dice, en otra liga. En la liga de quienes se acercan a la música sin prejuicios y en busca de emociones. Eso es en resumidas cuentas el estilo Bunbury. El de un músico sin etiquetas, en el que el estigma de su pasado rockero se ha ido diluyendo disco a disco, para dar rienda suelta y sin complejos a la música, con una amplitud de miras nada frecuente en estos tiempos de música facilona. Asumiendo, en consecuencia, riesgos -y este disco es uno más- en pro del fin último o primero del artista: expresarse con absoluta libertad.
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