Texto y fotos: Juan Jesús García
Carlos Cano y Javier Egea en la memoria del Parapandafolk
La decimonovena edición del Parapandafolk arrancó la noche del miércoles 29 de julio con un concierto en el que estuvieron presentes Carlos Cano y el poeta Javier Egea, recordado en el décimo aniversario de su fallecimiento ya que por razones familiares estuvo ligado a un anejo de Íllora, sede del festival. El Parapanda este año viene enmarcado por este tipo de 'tributos' ya que el concierto de clausura, el próximo domingo, estará a cargo de la familia del también ausente bolerista cubano Ibrahim Ferrer.
Con buen tino llama a lo suyo el cantante Juan Santamaría 'canción ibérica', porque se mueve a ambos lados de la frontera ayamontina como un personaje de 'María la portuguesa', y su pasión por la canción lusa le lleva a vivir y a medirse de tú a tú con los cantantes de fados lisboetas en su propio terreno, hasta hacerse acompañar por la banda que fuera de su reina Amalia Rodrigues, capitaneada por el maestro Luis RIbeiro en la siempre bellísima guitarra portuguesa. Amante de la poesía, la copla y del fado, no podía demorarse mucho su llegada al mundo de Carlos Cano, y tras musicar a Juan Ramón Jiménez y José Saramago, su nuevo disco y concierto lleva el nombre del granadino. Para este estreno la otra pata del trípode era la conexión gaditana, magníficamente representada por el coro del carnaval de Julio Pardo, responsable también de los arreglos. Toda una superproducción con 20 personas en escena.
El tono poético de la noche se disparó aún más con un intermedio dedicado al escritor Javier Egea. Un pequeño homenaje auspiciado por la Diputación de Granada y llevado a cabo por el presentador Horacio 'tato' Rebora, y el poeta Ramón Repiso, con varias lecturas de los escritos de Egea, alguno incluso inédito, y que terminaron con el recitado de la todavía potentísima, a pesar del tiempo transcurrido, 'Noche canalla'.
Unas 2000 personas asistieron y aplaudieron las palabras de Egea. También exigieron a Santamaría y su tropa que no abandonase el escenario. Perfecto en el papel de Cano, de negro como él y cogiendo el micrófono también como si fuera una sagrada forma, ambos coinciden en la gravedad resonante de la voz y el sentido de lo cantado, y tan sólo un estilo escénico más exagerado y gesticulante, más sobreactuadamente 'raphaeliano' del onubense, recordaba que el uno no era el otro. Imperdonable fue , ay, que no llevasen montado 'La murga de los currelantes' final siempre compartido en los antiguos conciertos del cantautor y que además pidieron desde el público. Pero al final los espectadores supieron agradecer el esfuerzo y la sinceridad del proyecto como se suelen hacer estas cosas, con cariño, aplausos y agotando los discos de Santamaría en la tienda del Festival. Índice incuestionable de que había gustado.
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